martes, 15 de septiembre de 2009

Un problema de tamaño

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Un Problema
de
Tamaño

Yo he sido educado de acuerdo a la interpretación de la historia que sugería que en el principio era la familia, luego las familias se juntaron y dieron lugar a la formación de tribus, más tarde un cierto número de tribus dieron lugar a la formación de una nación, varias naciones formaron una “Unión” o unos “Estados Unidos” de donde fuera y, finalmente, se podría esperar un Gobierno del Mundo. Desde que escuché esta historia plausible tomé un especial interés en el proceso, pero no pude evitar el notar que lo opuesto parecía ser lo que estaba sucediendo: una proliferación de estados nacionales. La Organización de las Naciones Unidas comenzó hace veintiocho años con alrededor de sesenta miembros, ahora son más del doble y el número sigue creciendo. En mi juventud este proceso de proliferación se llamaba “balcanización” y se le consideraba como algo realmente malo. A pesar de que todos decían que era malo ha estado ocurriendo alegremente durante los últimos cincuenta años en la mayor parte del mundo. Las grandes unidades tienden a subdividirse en pequeñas unidades. Este fenómeno, tan ridículamente opuesto a lo que me habían enseñado, sea que lo aprobemos o no, por lo menos, no debería pasar desapercibido.
En segundo lugar, fui educado de acuerdo con la teoría de que para que un país fuese próspero tenía que ser grande (cuanto más grande mejor). Esto también parecía bastante plausible. Miremos a lo que Churchill lamaba “los principados de Pumpernickel”(*) de la Alemania antes de Bismarck y luego miremos al Reich de Bismarck. ¿No es verdad que la gran prosperidad de Alemania fue una realidad hecha posible sólo a través de esta unificación? De cualquier forma, los suizos de habla alemana y los austríacos de habla alemana que no se unieron tuvieron igual éxito económico y si hacemos una lista de los países más prósperos del mundo encontraremos que la mayoría de ellos son muy pequeños, mientras que una lista de los países más grandes del mundo nos mostraría que la mayoría de ellos son realmente muy pobres. Aquí, de nuevo, hay un tema para reflexionar.
En tercer lugar, fui educado en los principios de la teoría de las “economías de escala”, según la cual con las industrias y compañías sucede igual que con las naciones, que hay una tendencia irresistible, dictada por la tecnología moderna, a tener tamaños cada vez más grandes. Ahora bien, es cierto que hoy hay organizaciones grandes y probablemente también organizaciones más grandes que nunca antes en la historia, pero el número de pequeñas unidades también está creciendo, de ninguna manera declinando, en países tales como Gran Bretaña y los Estados Unidos y muchas de estas pequeñas unidades son altamente prósperas y proporcionan a la sociedad la mayoría de los avances realmente fructíferos. De nuevo, no es nada fácil reconciliar la teoría y la práctica y la situación del tema del tamaño es realmente desconcertante para todo aquel que se ha formado sobre la base de estas tres teorías.
Aún hoy se nos dice que estas organizaciones gigantescas son imprescindibles. Pero cuando observamos más de cerca podemos notar que tan pronto como el tamaño grande se ha conseguido hay a menudo un denodado esfuerzo por crear lo pequeño dentro de lo grande. El gran éxito del Sr. Sloan, de la General Motors, fue el estructura estafirma gigantesca de tal manera que se convirtió, prácticamente, en una federación de compañías de un tamaño bastante razonable. En la Empresa Nacional del Carbón británica, una de las compañías más grandes de la Europa occidental, algo muy similar se intentó bajo la Presidencia de Lord Rubens. Se emplearon tremendos esfuerzos para poder desarrollar una estructura que mantuviese la unidad de una organización grande y al mismo tiempo creara el “clima” o la sensación de estar en una federación de numerosas “cuasi compañías”. Lo monolítico fue transformado así en un conjunto de unidades semi-automáticas bien coordinadas y llenas de vida, cada una con sus propias energías y sentido de realización. Mientras muchos teóricos (quienes pueden no estar muy estrechamente relacionados con la vida real) todavía siguen ocupados en la idolatría del gran tamaño, con la gente práctica del mundo actual ocurre que hay una tremenda añoranza y ansiedad de beneficiarse, si eso es posible, de la convivencia, humanidad y comodidad de lo pequeño. Esta es también una tendencia que cualquiera puede fácilmente observar por si mismo.
Analicemos ahora nuestro tema desde otro ángulo y preguntemos qué es lo que en realidad se necesita. En los negocios de los hombres siempre parece haber la necesidad simultánea de por lo menos dos cosas, las que, a todas luces parecen ser incompatibles y excluirse la una de la otra. Siempre necesitamos libertad y orden. Necesitamos la libertad de montones y montones de pequeñas unidades autónomas y al mismo tiempo el orden global de la unidad y coordinación a gran escala. Cuando lo que se requiere es la acción necesitamos, obviamente, unidades pequeñas, porque la acción es un asunto altamente personal y uno no puede contactar más que un número limitado de personas al mismo tiempo. Pero cuando de lo que se trata es del mundo de las ideas, los principios o la ética, de la indivisibilidad de la paz o de la ecología, necesitamos reconocer la unidad de la raza humana y basar nuestra acción sobre este reconocimiento. Si deseamos expresarlo de una manera distinta diremos que es verdad que todos los hombres somos hermanos, pero también es verdad que en nuestras relaciones personales podemos, de hecho, ser hermanos sólo de unos pocos y es entonces cuando se nos exige un mayor sentido de hermandad hacia ellos que aquél que podríamos sentir por la humanidad como un todo. Todos conocemos a gente que habla mucho acerca de la fraternidad universal mientras trata a sus propios vecinos como enemigos, y también conocemos a gente que, de hecho tiene relaciones excelentes con todos sus vecinos mientras esconde, la mismo tiempo, prejuicios acerca de los todos los grupos humanos que se encuentran fuera de su círculo particular.
Lo que deseo enfatizar es la dualidad de las exigencias humanas cuando de lo que se trata es del problema del tamaño: no hay una respuesta única. El hombre necesita muchas estructuras distintas para sus distintos propósitos, las pequeñas y las grandes, algunas específicas y otras generales. Aún así la gente encuentra muy difícil el mantener en sus mentes dos tipos de verdades aparentemente opuestas al mismo tiempo. Siempre tienden a buscar una solución final, como si en la vida actual pudiera haber una solución final aparte de la muerte. Para el trabajo constructivo, la principal tarea es siempre el restablecimiento de cierta suerte de equilibrio. Hoy, sufrimos una idolatría del gigantismo casi universal. Es necesario insistir en las virtudes de lo pequeño, en donde sea factible. (En el caso de que lo que prevaleciera fuese una idolatría de lo pequeño, sin tener en cuenta el tema o el propósito, tendríamos que tratar entonces de ejercer una influencia en sentido opuesto.)
El problema de la escala podría exponerse de otra manera: lo que es necesario en todos estos asuntos es discriminar, diferenciar las cosas. Para cada actividad hay una cierta estala apropiada y cuanto más activa e íntima sea esa actividad, más pequeño será el número de gente que pueda tomar parte y más grande el número es el número de relaciones que es necesario establecer. Tomemos la enseñanza por ejemplo: uno escucha toda suerte de debates extraordinarios acerca de la superioridad de la máquina de enseñar sobre otras formas de enseñanza. Bien, discriminemos: ¿qué es lo que estamos tratando de enseñar? Entonces resulta evidente que ciertas cosas pueden obviamente ser enseñadas en masse, a través de la radio, la televisión, las máquinas de enseñar, etc.
¿Qué escala es la apropiada? Depende de lo que nosotros estemos tratando de hacer; el problema de la escala es hoy extremadamente crucial tanto en lo político como en lo social y en lo económico. ¿Cuál es, por ejemplo, la medida apropiada de una ciudad? Y también se podría preguntar, ¿cuál es el tamaño apropiado de un país? Estas son preguntas muy serias y problemáticas. No es posible programar una computadora y obtener la respuesta. Los asuntos realmente serios de la vida no pueden ser calculados. No podemos calcular directamente lo que está bien; ¡pero sí podemos saber qué es lo que está mal! Podemos reconocer lo correcto y lo equivocado en los extremos, a pesar de que no podemos normalmente juzgarlo lo suficientemente bien como para decir “esto debería ser un cinco por ciento más, o aquello debería ser un cinco por ciento menos”.
Tomemos el caso del tamaño de una ciudad. A pesar de que uno no puede juzgar estas cosas con precisión, pienso que es bastante acertado decir que el límite máximo de lo que se consideraría deseable para el tamaño de una ciudad es probablemente un número cercano al medio millón de habitantes. Es evidente que por encima de este tamaño no se añade nada ventajoso a la ciudad. En lugares como Londres, Tokio o Nueva York los millones no suponen un valor real para la ciudad sino que crean enormes problemas y producen degradación humana. Así, probablemente, un orden de magnitud de quinientos mil habitantes podría ser considerado como el límite superior. La cuestión del límite inferior de una ciudad es mucho más difícil de juzgar. Las más hermosas ciudades de la historia han sido pequeñas de acuerdo a los modelos del siglo XX. Los instrumentos e instituciones de la cultura ciudadana dependen, sin ninguna duda, de una cierta acumulación de riqueza. Pero el problema de cuánta riqueza ha de ser acumulada depende del tipo de cultura que se persiga. La filosofía, las artes y la religión cuestan muy poco dinero. Otras actividades que presumen de ser “alta cultura”, investigación del espacio o física ultramoderna, cuestan muchísimo dinero, pero están de alguna manera bastante lejos de las necesidades reales de los hombres.
Planteo el problema del tamaño apropiado de las ciudades por dos razones: en primer lugar, porque es un tema interesante en sí mismo, y en segundo lugar, porque en mi opinión es el punto más importante cuando consideramos el tamaño de las naciones.
La idolatría del gigantismo, sobre la que ya he hablado, es posiblemente una de las causas y ciertamente uno de los efectos de la tecnología moderna, particularmente en cuestiones de transporte y comunicaciones. Un sistema de transporte y comunicaciones altamente desarrollado tiene un efecto inmensamente poderoso: transforma a la gente en viajeros incansables.
Millones de personas comienzan a moverse de un lado a otro dejando las áreas rurales y los pueblos pequeños para seguir las luces de la ciudad , para irse a la gran ciudad, causando así un crecimiento patológico. Tomemos el caso de un país en el cual todo esto es tal vez mejor ejemplificado: los Estados Unidos de Norteamérica. Los sociólogos están estudiando el problema de la “megalópolis”. La palabra “metrópolis” ya no es suficientemente grande, de ahí que sea necesaria esta palabra “megalópolis”. Ellos hablan acerca de la polarización de la población de los Estados Unidos en tres inmensas áreas megalopolitanas: una que se extiende desde Boston hasta Washington, un área construida en forma continua con sesenta millones de habitantes ; otra alrededor de Chicago, con otros sesenta millones, y otra es la costa oeste, desde San Francisco hasta San Diego, también construida sin solución de continuidad, con otros sesenta millones de personas; el resto del país queda prácticamente vacío, las poblaciones provinciales desiertas y la tierra cultivada con grandes tractores, cosechadoras e inmensas cantidades de productos químicos.
Si ésta es la concepción de alguien con respecto al futuro de los Estado Unidos de Norteamérica es difícilmente un futuro que valga la pena alcanzar. Pero nos guste o no, éste es el resultado de la transformación de la gente en viajeros incansables, es el resultado de esa maravillosas movilidad de la mano de obra tan querida por los economistas por encima de cualquier cosa.
Todo en el mundo tiene que tener una estructura, de otra manera es un caos. Antes del advenimiento del transporte y de las comunicaciones de masas, la estructura estaba simplemente allí porque la gente era relativamente inmóvil. La gente que deseaba moverse lo hacia; podemos dar como ejemplo las oleadas de santos que desde Irlanda se desplazaban por toda Europa. Había comunicaciones, había movilidad, pero no un movimiento incansable. Ahora una gran parte de la estructura se ha desmoronado y un país es como si fuera un barco de carga en el cual la estabilidad no estuviese asegurada. Toda la cargas se desliza, el barco se bambolea, y finalmente, se va a pique.
Uno de los principales elementos estructurales para toda la humanidad es, por supuesto, el estado. A su vez, uno de los elementos principales o instrumentos de estructuración (si puedo usar ese término), son las fronteras, las fronteras nacionales. Ahora bien, antes de que esta intervención tecnológica tuviese lugar, la relevancia de las fronteras era casi exclusivamente política y dinástica; las fronteras era las delimitaciones del poder político y ayudaban a determinar con cuánta gente podría contarse en caso de guerra. Los economistas lucharon en contra de la posibilidad de que esas fronteras se convirtiesen en barreras económicas (de aquí la ideología del comercio libre). Pero entonces la gente y las cosas no tenían tanta libertad de movimiento, el transporte era suficientemente costoso como para que los movimientos de la gente y de las mercancías no fueran nunca más que marginales. El comercio en la era preindustrial no era un comercio de productos esenciales, sino un comercio de piedras preciosas, metales preciosos, mercancías suntuarias, especias y, desgraciadamente, esclavos. Los elementos básicos de la vida tuvieron, por supuesto, que ser producidos en forma local. Y el movimiento de las personas, excepto en los períodos de desastre, se limitaba a aquellos que tenían una razón muy especial para desplazarse, tales como los santos irlandeses o los escolásticos de la Universidad de París.
Pero ahora todas las cosas y todo el mundo se desplaza. Todas las estructuras están amenazadas y todas las estructuras son vulnerables como nunca antes lo habían sido.
La economía, contrariamente a lo que Lord Keynes había esperado cuando sugería que iba a llegar a ser una ocupación tan modesta como la odontología, sorprendentemente se transforma en el más importante de todos los temas. La política económica absorbe casi totalmente la atención del Gobierno y al mismo tiempo es cada vez más ineficaz. Las cosas más simples que hace uno cincuenta años se podían hacer sin ninguna dificultad, ya no se pueden conseguir. Cuanto más rica es la sociedad resulta más imposible hacer cosas que valgan la pena sin un pago inmediato. La economía se ha transformado en una cosa tan esclavizante que absorbe casi totalmente la política exterior. La gente dice entonces: “Por supuesto, a nosotros no nos gusta tratar con esa gente, pero como dependemos de ellos económicamente hay que complacerles”. Tiende a absorber totalmente la ética y a tener prioridad sobre toda otra consideración humana. Convengamos en que esto es un hecho patológico que tiene, obviamente, muchas raíces, pero una de las raíces más evidentes son los grandes logros de la tecnología moderna en el campo del transporte y de las comunicaciones.
Mientras la gente, con un tipo de lógica superficial, cree que tras los transportes rápidos y las comunicaciones instantáneas se abre una nueva dimensión de libertad (que, en cierto modo es verdad en relación con aspectos triviales), pasan por alto el hecho de que esos logros también tienden a destruir la libertad, convirtiendo todas las cosas en algo extremadamente vulnerable e inseguro, salvo que se adopten políticas y medidas conscientes para mitigar los efectos destructivos de esos avances tecnológicos.
Ahora bien, esos efectos destructivos son obviamente más severos en los países grandes porque, tal como lo hemos visto, las fronteras producen “estructuras” y es una decisión mucho más seria para cualquiera cruzar una frontera, desarraigarse de su tierra nativa y tratar de arraigarse en otra tierra. Esa decisión es mucho más importante que la de moverse dentro de su propio país. El factor de movilidad es, entonces, tanto más problemático cuanto más grande es el país. Sus efectos destructivos pueden encontrarse tanto en los países ricos como en los pobres. En los países ricos tales como Estados Unidos de Norteamérica producen “megalópolis”, como ya hemos dicho. También agudiza el problema de los “marginados” de aquella gente que, habiéndose convertido en errantes, en ninguna parte pueden encontrar un lugar en la sociedad. Directamente relacionado con esto se produce un espantoso problema de delincuencia, alienación, tensión y descomposición social, que llega a afectar hasta el nivel familiar. En los países pobres, en mayor medida que en los ricos, se produce una migración en masa a las ciudades, desempleo masivo y, al quedar desiertas las áreas rurales, la amenaza del hambre. El resultado es una “sociedad dual” sin ninguna cohesión interna, sujeta a un máximo de inestabilidad política.
Como ejemplo, permítaseme tomar el caso de Perú. La capital, Lima, situada en la costa del Pacífico, tenía una población de 175.000 habitantes a principios de 1920, hace sólo medio siglo. Su población ahora se aproxima a los tres millones. Lo que antes era una hermosa ciudad colonial española está ahora infestada de chabolas, rodeada por un cinturón de miseria que se extiende hacia los Andes. Y esto no es todo. La gente sigue llegando de las zonas rurales en un número de mil por día, sin que nadie sepa qué hacer con ellos. La estructura vital, social o sicológica, se ha destruido; la gente se moviliza y llega a la capital a razón de mil personas por día ocupando la tierra que queda libre, para construir sus casuchas de barro y encontrar un empleo, mientras la policia intenta expulsarlos. Y nadie sabe qué hacer con ellos. Nadie sabe cómo para la corriente.
Imaginemos que en 1864 Bismarck hubiese anexionado la totalidad de Dinamarca en lugar de tan sólo una pequeña parte de ella, y que nada hubiese sucedido entonces. Los daneses serían una minoría en Alemania, tal vez luchando por mantener su lenguaje convirtiéndose en bilingues, siendo el lenguaje oficial el alemán por supuesto. Sólo a través de su germanización podrían evitar convertirse en ciudadanos de segunda clase. Habría una irresistible corriente de los más ambiciosos y emprendedores daneses, convenientemente germanizados, hacia los territorios del sur, y ¿cual sería entonces la situación en Copenhague? El de una remota ciudad provincia. E imaginemos Bélgica como parte de Francia. ¿Cuál sería la situación de Bruselas? El de una ciudad provincial sin ninguna importancia. No tengo que extenderme más sobre esto. Imaginemos ahora que Dinamarca como una parte de Alemania y Bélgica como una parte de Francia, de repente se transformaran en lo que tan pintorescamente se llama hoy “nats” (*), deseando la independencia. Habría interminables discusiones, acalorados argumentos sobre que esos “no estados” no podrían ser económicamente viables, que su deseo de independencia era, para citar a un comentarista político famoso, “emotividad adolescente, ingenuidad política, economía artificial y un descarado oportunismo”.
¿Cómo puede uno hablar acerca de la economía de pequeños países independientes? ¿Cómo puede uno discutir un problema que no existe. No existe el problema de la viabilidad de estados o naciones, solamente hay un problema y es la viabilidad de la gente; la gente, personas concretas como usted y como yo, es viable cuando pueden sostenerse sobre sus propios pies y ganar su propio sustento. No se puede transformar gente que no es viable en gente viable con sólo poner un gran número de ellos en una gran comunidad, y tampoco se hace gente viable de gente no viable con el sólo hecho de subdividir una comunidad grande en un número determinado de comunidades más pequeñas, más íntimas, grupos más coherentes y más fáciles de organizar. Todo esto es perfectamente obvio y no hay absolutamente nada que decir en contra. Alguna gente pregunta: “¿Qué sucede cuando un país, compuesto de una provincia rica y varias provincia pobres, se viene abajo porque la provincia rica se separa?” Probablemente la respuesta es “Nada importante sucede”. La rica continuará siendo rica y las pobres continuarán siendo pobres. “Pero, ¿qué pasa si antes de la separación la provincia rica había ayudado a las pobres, qué sucede entonces?” pues bien, por supuesto, la ayuda terminaría. Pero los ricos raramente ayudan a los pobres, más a menudo los explotan. Ellos pueden hacerlo, no tanto directamente, sino a través de las relaciones de intercambio. También puede oscurecerse un poco la situación por medio de una redistribución de los impuestos o una pequeña caridad, pero la última cosa que ellos desearían hacer es separarse de los pobres.
El caso normal es bastante diferente, es decir, que las provincias pobres son las que desean separarse de las ricas y que las ricas desean mantenerlas porque saben perfectamente bien que la explotación de los pobres dentro de las propias fronteras es infinitamente más fácil que la explotación de los pobres fuera de ellas. Ahora bien, ¿qué actitud deberíamos tomar si una provincia pobre desea separarse a riesgo de perder algunas ayudas?
No es que nosotros debamos decidir esto, pero ¿qué es lo que debemos pensar acerca de ello? ¿No es aquél un deseo que debemos aplaudir y respetar? ¿No deseamos acaso que la gente esté sobre sus propios pies, como hombres libres y seguros de sí mismos? Así que éste no es un “problema”. Yo afirmaría entonces que no existe ningún problema de viabilidad, como toda experiencia demuestra. Si un país desea exportar a todo el mundo e importar desde todo el mundo, jamás se ha aceptado que deba anexionarse a todo el mundo parar realizar aquellos objetivos.
¿Qué ocurre con la absoluta necesidad de tener un gran mercado interno? Esto también es una ilusión óptica, si el significado de “grande” es concebido en términos de límites políticos. No es necesario decir que un mercado próspero es mejor que uno pobre, pero es lo mismo que el mercado esté fuera de los límites políticos o dentro de ellos. Yo no estoy convencido, por ejemplo, de que si Alemania deseara exportar un gran número de Volkswagens a los Estados Unidos de Norteamérica, un mercado muy próspero por cierto, sólo podría hacerlo después de anexionarse a los Estados Unidos. Pero es una cosa muy distinta si una comunidad o una provincia pobre se encuentra atada políticamente o regida por una comunidad o una provincia rica. ¿Por qué? Porque en una sociedad móvil, cambiante, la ley del desequilibrio es infinitamente más fuerte que la llamada ley del equilibrio. Nada tiene más éxito que el éxito, y nada paraliza tanto como el estancamiento. La provincia próspera absorbe la vida de la provincia pobre sin ninguna protección contra los fuertes. Los débiles no tienen ninguna alternativa, o permanecen débiles o tienen que emigrar y unirse a los fuertes, de ninguna manera pueden ayudarse efectivamente a sí mismos.
Uno de los problemas más importantes de la segunda mitad del siglo XX es ña distribución geográfica de la población, la cuestión del “regionalismo”. Pero regionalismo no en el sentido de combinar muchos estados en sistemas de libre comercio, sino en el sentido opuesto de desarrollar todas las regiones dentro de cada país. Este, de hecho, es el tema más importante en la agenda de todo país grande hoy por hoy. Y mucho del nacionalismo contemporáneo de las pequeñas naciones y de su deseo de autogobierno e independencia es simplemente una respuesta lógica y racional a la necesidad de un desarrollo regional. En los países pobres en particular no hay esperanza, a menos que exista un desarrollo regional eficaz, un desarrollo fuera de la capital que alcance a todas las zonas rurales donde viva gente.
Si este esfuerzo no se realiza, la única alternativa que queda es permanecer en el miserable estado en que se encuentran o emigrar a la gran ciudad, donde su condición será más miserable aún. Es un fenómeno extraño que la sabiduría convencional de la economía contemporánea no pueda hacer nada para ayudar al pobre.
Invariablemente se demuestra que sólo son viables aquellas políticas que tienen como resultado el hacer que aquellos que ya son ricos y poderosos sean más ricos y poderosos todavía. Se demuestra también que un desarrollo industrial solamente rinde beneficios si está cerca de la capital o de otra ciudad importante, pero no en las áreas rurales. Se prueba también que los proyectos a gran escala son invariablemente más económicos que los pequeños y que los proyectos intensivos en capital son invariablemente preferibles a aquellos en los que predomina la mano de obra. El cálculo económico, tal como es aplicado por la economía contemporánea, fuerza al industrial a eliminar el factor humano porque las máquinas no se equivocan como la gente. De aquí el enorme esfuerzo por automatizar y la tendencia hacia unidades de producción cada vez más grandes. Esto significa que aquellos que no tienen otra cosa que vender que su propia fuerza de trabajo, tienen muy poco poder de negociación. La sabiduría convencional de lo que ahora se enseña como economía pasa por encima de los pobres, precisamente aquellos que necesitan el desarrollo. La economía del gigantismo y de la automatización es un remanente de las condiciones y del pensamiento del siglo XIX, totalmente incapaz de resolver ninguno de los problemas de hoy. Se necesita un sistema totalmente nuevo de pensamiento, un sistema basado en la atención a la gente y no a lar mercancías (¡las mercancías se cuidarán de sí mismas!) Podría resumirse en la frase, “producción por las masas en lugar de producción masiva”. Lo que fue imposible, sin embargo, en el siglo XIX es posible ahora. Y aquello que fue, si no de forma necesaria sí por lo menos comprensiblemente descuidado en el siglo XIX es muy urgente ahora. Se trata de la consciente utilización de nuestro enorme potencial tecnológico y científico para la lucha contra la miseria y la degradación humana. Una lucha en contacto íntimo con la gente misma, con los individuos, las familias, los grupos pequeños, mejor que los estados y otras abstracciones anónimas. Y todo esto presupone una estructura política y organizativa que pueda dar esta intimidad.
¿Cuál es el significado de democracia, libertad, dignidad humana, nivel de vida, realización personal, plena satisfacción? ¿Es ése un asunto de mercancías o de gente? Por supuesto es un asunto de gente. Pero la gente sólo puede ser realmente gente en grupos suficientemente pequeños. Por lo tanto, debemos aprender a pensar en términos de una estructura articulada que pueda dar cabida a una variada multiplicidad de unidades de pequeña escala. Si el pensamiento económico no puede comprender esto es completamente inútil. Si no puede situarse por encima de sus vastas abstracciones, tales como el ingreso nacional, la tasa de crecimiento, la relación capital/producto, el análisis input-output, la movilidad de la mano de obra y la acumulación de capital; si no puede alzarse por encima de todo esto y tomar contacto con una realidad humana de pobreza, frustración, alienación, desesperación, desmoralización, delincuencia, escapismo, tensión, aglomeración, deformidad y muerte espiritual, dejemos de lado la economía y comencemos de nuevo.
¿Acaso no tenemos ya suficientes “señales de los tiempos” que indican que hace falta volver a empezar?

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