martes, 15 de septiembre de 2009

La energía nuclear: ¿Salvación o Condena?

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La Energía Nuclear:
¿Salvación
o Condena?

La principal causa de tranquilidad (ahora cada vez menos) acerca del futuro de las provisiones de energía era, sin ninguna duda, la aparición de la energía nuclear, que en la opinión de la gente había llegado en el momento oportuno. Muy pocos se preocuparon en averiguar cual era precisamente la naturaleza de lo que acababa de llegar. Era algo nuevo, asombroso, progresista y se hacían muchas promesas gratuitas de que sería barato. Ya que una nueva fuente de energía sería necesaria tarde o temprano, ¿por qué no tenerla de inmediato?
La afirmación siguiente se hizo hace seis años. En esa época, parecía muy heterodoxa.

“La religión de la economía promueve la idolatría del cambio rápido,
ignorando el axioma elemental que establece que un cambio que no representa una
mejora incuestionable es una dudosa bendición. El peso de la prueba cae sobre
aquellos que adoptan el “punto de vista ecológico”: a menos que ellos puedan
proporcionar la evidencia de una lesión al hombre, el cambio tendrá lugar. El
sentido común, por el contrario, sugeriría que el peso de la prueba debiera recaer
sobre el hombre que desea introducir un cambio; él tiene que demostrar que no
podrá haber ninguna consecuencia negativa. Pero esto demandaría demasiado
tiempo y, por lo tanto, sería antieconómico. La ecología debería ser un tema
obligado para todos los economistas, sean profesionales o no, ya que esto podría
servir para restaurar el equilibrio por lo menos en una pequeña medida. Porque la
ecología sostiene “que un medio ambiente que se ha desarrollado a través de
millones de años, debe considerarse que tiene algún mérito. Nada tan complicado
como un planeta habitado por más de un millón y medio de especies de plantas y
animales, todos ellos viviendo juntos en un equilibrio más o menos estable en el
cual usan y vuelven a usar continuamente las mismas moléculas de suelo y de aire;
un planeta así no puede ser mejorado por medio de manipulaciones sin sentido ni
información” (1).

Hace seis años, la argumentación proseguía de esta manera:

De todos los cambios introducidos por el hombre en el seno de la naturaleza, la fisión nuclear en gran escala es sin ninguna duda el más peligroso y profundo. Como resultado, la radiación irónica ha llegado a ser el agente más serio de contaminación del medio ambiente y la más grande amenaza para la supervivencia del hombre en la tierra. No es sorprendente que la atención del hombre común haya sido atraída por la bomba atómica, a pesar de que todavía existe la posibilidad de que no sea usada otra vez. Los peligros afrontados por la humanidad en relación a los denominados usos pacíficos de la energía atómica pueden ser muchos más grandes. Ña elección entre centrales convencionales de energía basadas en carbón o en petróleo, o centrales nucleares, se hace siempre sobre bases económicas, tal vez con una pequeña consideración por las “consecuencias sociales” que podrían emerger de un cercenamiento demasiado veloz de la industria del carbón. Pero el que la fisión nuclear representa un peligro increíble, incomparable y único para la vida humana no entra dentro de ningún cálculo y jamás es mencionado. La gente cuyo negocio es analizar peligros, las compañías de seguro, no demuestran ningún interés en asegurar centrales de energía nuclear contra terceros en ninguna parte del mundo, con el resultado que se ha tenido que aprobar una legislación especial por el cual el Estado acepta las responsabilidades (2). Aún así, asegurado o no, el peligro permanece y la ceguera de la religión de la economía es tal que el único problema que parece interesar a los gobierno o al público es “si arroja o no beneficio”.
Y no es el caso de que no hubiera ninguna voz autorizada que nos lo advirtiera. Los efectos de los rayos alfa, beta y gamma en los tejidos vivos son perfectamente bien conocidos; las partículas radioactivas son como proyectiles que penetran dentro de un organismo y el daño que ocasionan depende principalmente de la dosis y del tipo de células que perforan (3). Allá por el año 1927, el biólogo americano H. J. Muller publicó su famoso documento sobre las mutaciones genéticas producidas por el bombardeo de rayo X (4), y desde principio de los años 30 el peligro genético de la exposición ha sido reconocido también por los no especialistas (5) Queda claro que aquí existe el peligro de una “dimensión” todavía no experimentada, haciendo peligrar no sólo a aquellos que podrían estar directamente afectados por su radiación, sino también a sus generaciones futuras.
Una nueva “dimensión” también se obtiene del hecho de que mientras el hombre ahora puede crear elementos radioactivos, no hay nada que pueda hacer para reducir su radioactividad una vez que los ha creado. Ninguna reacción química, ninguna interferencia física, sólo el paso del tiempo reduce la intensidad de la radiación una vez que se ha puesto en marcha. El carbono 14 tiene una vida media de 5.900 años, lo que significa que se necesita casi 6.000 años para reducir su actividad a la mitad de la que tenía antes. La vida media del estroncio 90 es de 28 años. Pero cualquiera que sea la duración de la vida media parte de la radiación siempre continúa en forma indefinida, no habiendo nada que pueda hacerse al respecto, aparte de tratar de aislar la sustancia radioactiva en un lugar seguro.
¿Qué es un lugar seguro, frente a la enorme cantidad de productos y desechos radioactivos creados por los reactores nucleares? Ningún lugar en la tierra podría considerarse seguro. Se pensó en un tiempo que estos desechos podrían ser enterrados en las profundidades de los océanos, suponiendo que ninguna manifestación de vida podría subsistir tales profundidades (6). Sin embargo, exploraciones llevadas a cabo en las profundidades del mar por los soviéticos han demostrado que aquellas suposiciones eran inexactas. Dondequiera que hay vida las sustancias radioactivas son absorbidas en el ciclo biológico. A tan sólo horas de haber depositados esos materiales en el agua, la mayor parte de ellos pueden encontrarse en los organismos vivos. El plancton, las algas y muchos animales de mar tienen el poder de concentrar esas substancias en una proporción muy elevada. Como un organismo se alimenta de otro, los materiales radioactivos vuelven a subir la escalera de la vida y pronto encuentran su camino de vuelta al hombre (7).
Todavía no se ha logrado ningún acuerdo internacional con respecto a los desperdicios radioactivos. La conferencia de la Organización Internacional de la Energía Atómica, celebrada en Mónaco en noviembre de 1959 terminó en desacuerdo, principalmente en base a las objeciones enérgicas de la mayoría de los países en contra de la práctica americana y británica de tirar los desperdicios a los océanos (8). Los desperdicios de “alto nivel” continúan siendo arrojados al mar, mientras que grandes cantidades del llamado “nivel intermedio” y “nivel bajo” se depositan en los ríos o directamente debajo de la tierra. Un informe de la conferencia comenta lacónicamente que los residuos líquidos “se abren paso muy lentamente hasta las capas subterráneas de agua, dejando toda o parte (sic) de su radioactividad contenida química o físicamente en el suelo” (9).
Los residuos más voluminosos son, por supuesto, los reactores nucleares mismos una vez que han dejado de ser útiles. Todavía existe la discusión sobre los aspectos económicos triviales acerca de si van a durar 20, 25 o 30 años. Nadie discute el problema desde el punto de vista humano, es decir que no pueden ser desmantelados ni trasladados sino dejados donde están, probablemente por siglos, tal vez por miles de años, constituyendo una activa amenaza para toda la vida, perdiendo silenciosamente su radioactividad en el aire y en el suelo. Nadie ha considerado el número y la ubicación de estos molinos satánicos que han de multiplicarse sin cesar en el futuro. Por supuesto, se supone que no habrá terremotos, ni guerras, ni disturbios civiles, ni revueltas como las que han sacudido las ciudades americanas. Las centrales de energía nuclear en desuso habrán de permanecer como horribles monumentos frente a las suposiciones del hombre que cree que nada aparte de la tranquilidad, de ahora en adelante, se extiende delante suyo, o para decirlo de otra manera, que el futuro no cuenta nada comparado con el menor beneficio económico de hoy.
Mientras tanto, un número de autoridades se han ocupado en definir “las concentraciones máximas permisibles” (CMP) y “los niveles máximos permisibles” (NMP) para varios elementos radioactivos. Las CMP intentan definir la cantidad de una sustancia radioactiva dad que un organismo humano está en condiciones de acumular. Pero se sabe que cualquier acumulación produce un daño biológico. “Debido a que no sabemos que exista una recuperación completa de estos efectos”, informa el Laboratorio Radiológico Naval de los Estados Unidos, “tenemos que tomar una decisión arbitraria acerca de cuánto daño es el que vamos a permitir, es decir, qué es lo “aceptable” o “permisible”; no un hallazgo científico, sino más bien una decisión administrativa” (10). Difícilmente podemos sorprendernos cuando hombres con una inteligencia e integridad como el Dr. Albert Schweitzer rehúsan aceptar tales decisiones administrativas con ecuanimidad: “¿Quién les ha dado a ellos el derecho de hacer esto? ¿Quién puede arrogarse el dar tal permiso?”(11). La historia de estas decisiones es intranquilizadora, para no decirlo de otra manera. El Consejo Británico de Investigación Médica señalaba hace unos 12 años que:
“El nivel máximo de estroncio 90 permisible en el esqueleto humano,
aceptado por la Comisión Internacional de Protección Radiológica, corresponde a
mil micro-micro-cueries por gramo de calcio (=1.000 SU). Pero éste es el nivel
máximo permisible para adultos en ocupaciones especiales y no es apropiado
para aplicarlo a la población como un todo o a los niños con mayor sensibilidad a
la radiación” (12).

Poco tiempo después las CMP para el estroncio 90 se redujeron en un 90 por ciento y más tarde en otro tercio, a 67 SU, en relación a la población. Mientras tanto, las CMP para los trabajadores en plantas nucleares se elevaron a 2.000 SU (13).
Debemos tener cuidado, sin embargo, de no perdernos en la selva de controversias que se han originado y crecido en este terreno. El asunto es que peligros muy serios se han creado ya con el pretexto de “los usos pacíficos de la energía atómica”, que afectan no sólo a la gente que vive hoy, sino a las futuras generaciones, a pesar de que la energía nuclear por ahora sólo está siendo usada en una escala insignificante desde el punto de vista estadístico. Todavía está por conocerse su real desarrollo, en una escala tal que poca gente puede llegar a imaginarse. Si esto va a suceder realmente, habrá un tráfico constante de sustancias radioactivas desde las plantas químicas “calientes” a las estaciones nucleares y en sentido inverso, desde las estaciones a las plantas procesadoras de residuos y desde allí a los lugares de desecho. Un accidente serio, sea durante el transporte o la producción, puede causar una catástrofe importante, y los niveles de radiación en todo el mundo crecerán sin pausa de una a otra generación. Salvo que todos los especialistas genéticos estén en un error, habrá un incremento igualmente sin pausa, aunque de alguna manera más lento, en el número de mutaciones peligrosas. K. Z. Morgan, del Laboratorio Oak Ridge, enfatiza que el daño puede ser muy sutil, un deterioro general de toda clase de cualidades orgánicas, tales como la movilidad, la fertilidad y la eficacia de los órganos sensoriales. “Basta que una pequeña dosis tenga un efecto en cualquier estadio del ciclo vital de un organismo para que una radiación crónica en este nivel pueda ser más dañina que una simple dosis masiva... Finalmente pueden producirse cambios en el ritmo de las mutaciones, aún cuando no haya ningún efecto inmediato sobre la supervivencia de los individuos contaminados” (14)
Los especialistas de vanguardia en genética han hecho oír sus advertencias en el sentido de que debiera hacerse todo lo posible para evitar incrementos en los ritmos de mutación (15). En el campo de la medicina también se ha insistido en que el futuro de la energía nuclear debe depender principalmente de las investigaciones que se efectúan sobre la biología de la radiación, que todavía están totalmente incompletas (16). Reconocidos físicos han sugerido que “medidas mucho menos heroicas que la construcción... de reactores nucleares” debieran ensayarse para tratar de resolver el problema del abastecimiento de energía en el futuro (un problema que de ninguna manera ha llegado a ser agudo en el presente) (17) y estudiosos de los problemas estratégicos y políticos, al mismo tiempo, nos han advertido que no hay realmente ninguna esperanza de prevención contra la proliferación de la bomba atómica si hay una expansión de la capacidad de plutonio, tal como fue “espectacularmente expuesto por el Presidente Eisenhower en su “propuesta de átomos para la paz” del 8 de diciembre de 1953 (18).
Aún así, todas estas opiniones de peso no juegan ningún papel en el debate, que trata de esclarecer si debiéramos empezar inmediatamente con un “segundo programa nuclear” de largo alcance o continuar por un poco más de tiempo con los combustibles convencionales los que, aparte de lo que pueda decirse en favor o en contra de ellos, no nos envuelven en riesgos enteramente nuevos e incalculables. Ninguno de ellos es nunca mencionado; todo el de bate, que puede afectar vitalmente al propio futuro de la raza humana, se hace exclusivamente en términos de la ventaja inmediata, como si dos comerciantes de ropa usada estuvieran tratando de ponerse de acuerdo sobre un descuento.
Después de todo, ¿qué es lo que significa el ensuciar el aire con humo comparándolo con la contaminación del aire, el agua y el suelo con la radioactividad iónica? No es que yo desee de alguna manera disminuir los males de la contaminación convencional del aire y el agua, pero debemos reconocer “las diferencias dimensionales” cuando las encontramos. La polución radioactiva es un mal de una “dimensión” incomparablemente más grande que ninguna otra cosa antes conocida por la humanidad. Uno podría inclusive pregunta: ¿De qué sirve el insistir en la limpieza del aire si está cargado de partículas radioactivas? Y si el aire pudiera protegerse, ¿de qué serviría si se está envenenando el suelo y el agua?
Incluso un economista podría preguntar: ¿De qué sirve el progreso económico, el elevado nivel de vida, cuando la tierra, la única tierra que tenemos, está siendo contaminada por sustancias que pueden causar deformaciones a nuestros hijos o a nuestros nietos? ¿No hemos aprendido nada de la tragedia de la talidomina? ¿Podemos tratar con asuntos de características tan básicas mediante afirmaciones vagas o admoniciones oficiales de que “en ausencia de pruebas de que (esta o aquella innovación) es de alguna manera dañina , sería el colmo de la irresponsabilidad el provocar la alarma pública”?(19). ¿Podemos hablar de ellas simplemente sobre la base de un beneficio calculado a corto plazo?

“Podría pensarse”, escribió Leonard Beaton, “Que todos los recursos de
los que temen la expansión de las armas nucleares se hubieran dedicado a
posponer estos desarrollos tanto tiempo como fuese posible. Podría haberse
esperado que los Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña hubieran
invertido grandes sumas de dinero tratando de probar que los combustibles
convencionales, por ejemplo, han sido subestimados como fuente de energía... En
realidad... los esfuerzos que se han hecho deben considerarse como una de las
fantasías políticas más inexplicables de la historia. Sólo un psicólogo social
podría tener la esperanza de llegar a explicar un día por qué los poseedores de
las más terribles armas de la historia han buscado con ansiedad el expandir la
infraestructura industrial necesaria para producirlas... Afortunadamente... los
reactores nucleares son todavía bastante escasos” (20).

Es cierto que un prominente físico nuclear americano, A. W. Weinberg, ha ofrecido una suerte de explicación: “Hay”, dice, “una comprensible inclinación por parte de los hombres de buena voluntad para desarrollar los aspectos positivos de la energía nuclear, simplemente porque los aspectos negativos son tan abrumadores”. Pero también agrega la advertencia de que “hay razones personales muy fuertes por las que los científicos atómicos parecen tan optimistas cuando escriben acerca de su impacto en los asuntos mundiales. Cada uno de nosotros debe buscar una justificación con la que mitigar su preocupación por los instrumentos de destrucción nuclear (y aún nosotros, la gente de los reactores, somos un poco menos culpables que nuestros colegas armamentistas)”(23).
Uno pudiera haber pensado que nuestro instinto de autoconservación nos haría inmune al optimismo científico o a las promesas incumplidas de ventajas pecuniarias. “No es demasiado tarde a estas alturas para reconsiderar las viejas decisiones y tomar otras nuevas”, dijo recientemente un comentarista americano. “Por el momento al menos, la elección está por hacer” (22). Una vez que se hayan creado más centros de radioactividad la elección será imposible, ya sea que podamos afrontar los peligros o no.
Es evidente que ciertos adelantos científicos y tecnológicos de los últimos 30 años han producido y siguen produciendo peligros de una naturaleza totalmente intolerable. En la Cuarta Conferencia Nacional del Cáncer en los Estados Unidos de Norteamérica realizada en septiembre de 1960, Lester Breslow, del Departamento de Salud Pública de California, informó que decenas de miles de truchas de los viveros del oeste habían contraído cáncer de hígado de forma repentina y continúo diciendo:

“Los cambios que afectan al medio ambiente del hombre se están
introduciendo con tal rapidez y con tan poco control que es una maravilla que el
hombre haya escapado hasta el momento del tipo de epidemia de cáncer que este
año ha afectado a las truchas”(23).

Sin ninguna duda, al mencionar estas cosas, uno se expone abiertamente a la acusación de estar en contra de la ciencia, la tecnología y el progreso. Permítaseme como conclusión añadir unas cuántas palabras acerca del futuro de la investigación científica. El hombre no puede vivir sin ciencia ni tecnología como tampoco puede vivir en contra de la naturaleza. Lo que necesita es una muy cuidadosa consideración, sin embargo, es la dirección de la investigación científica. No podemos dejar esto en manos de los científicos solamente. Tal como el mismo Einstein dijo (24), “casi todos los científicos son, desde el punto de vista económico, completamente dependientes” y “el número de científicos que poseen un sentido de responsabilidad social es tan pequeño” que no pueden determinar la dirección de la investigación. Esta última conclusión es aplicable, sin ninguna duda, a todos los especialistas y la tarea debe recaer sobre el profano inteligente, sobre gente como los que forman la Sociedad Nacional para el Aire limpio, y otras sociedades similares preocupadas por la conservación. Ellos deben influir en la opinión pública de modo que los políticos, que dependen de la opinión pública, se liberen de la esclavitud del economismo y se ocupen de las cosas que realmente importan. Lo que importa, tal como lo he dicho, es la dirección de la investigación. La dirección debiera apuntar hacia la no violencia antes que hacia la violencia, hacia una cooperación armoniosa con la naturaleza antes que a una guerra en contra de la naturaleza, hacia soluciones silenciosas, de baja energía, elegantes y económicas aplicadas normalmente por la naturaleza antes que a las soluciones ruidosas, de alta energía, brutales, llenas de desperdicios y toscas de la ciencia de hoy día.
La continuación del avance científico en la dirección de una creciente violencia, culminando en la fisión nuclear y con el horizonte de la fusión nuclear, es una perspectiva de terror que amenaza con la abolición del hombre. Aún así, no está escrito en los astros que ésta deba ser la dirección. Hay también una posibilidad que da vida y que embellece la vida, la exploración y el cultivo consciente de todos aquellos métodos relativamente no violentos, armoniosos, orgánicos, de cooperación con ese enorme, hermoso e incomprensible sistema de la naturaleza dada por Dios, de la cual somos parte y que ciertamente no hemos hecho.
Esta declaración, que fue parte de una conferencia dada ante la Sociedad Nacional para el Aire Limpio en octubre de 1967, fue recibida con un meditado aplauso por una audiencia altamente responsable, pero posteriormente atacada furiosamente por las autoridades como “el colmo de la irresponsabilidad”. El comentario más inefable fue hecho por Richard Marsh, el entonces Ministro de Energía de Su Majestad, quién creyó necesario “censurar” al autor. La conferencia, dijo, fue una de las contribuciones más extraordinarias y menos beneficiosas para el debate sobre el coste nuclear y el del carbón (Daily Telegraph, 21 de octubre de 1967)
Sin embargo los tiempos cambian. Un informe sobre el Control de la Contaminación, presentado en febrero de 1972 al Secretario de Estado para el Medio Ambiente por una Comisión de Trabajo designada oficialmente, publicada por la Oficina de Imprenta de Su Majestad y titulada “Pollutión: Nuisance or Nemesis?”, decía lo siguiente:

“La preocupación principal en el contexto internacional es el futuro. La
prosperidad económica del mundo parece estar ligada a la energía nuclear. Por el
momento, la energía nuclear provee sólo un 1 por ciento del total de la
electricidad generada en el mundo. Para el año 2.000, si los presente planes
siguen adelante, esta cifra se habría incrementado a más del 50 por ciento y el
equivalente a 2 nuevos reactores de 500 Mwe (cada uno del tamaño del ubicado
en Trawsfynydd y en Snowdonia) será inaugurado cada cía” (25).

En cuanto a los desechos radioactivos de los reactores nucleares:

“La causa más grande de preocupación en cuanto al futuro es el
almacenamiento de los desechos radioactivos de larga vida... No hay ninguna
manera de destruir la radioactividad, cosa que no ocurre con otros
contaminantes... Así que no hay ninguna alternativa en cuanto a un
almacenamiento permanente...

En el reino Unido el estroncio 90 se almacena actualmente en forma líquida en enormes estanques de acero en Winddscale (Cumberlan). Tienen que estar constantemente enfriados con agua, ya que el calor producido por la radiación se elevaría de otra manera a temperaturas por encima del punto de ebullición. Tendremos que seguir enfriando esos tanques por muchos años inclusive si no construimos más reactores nucleares. Pero con el vasto incremento del estroncio 90 que se espera para el futuro, el problema apuntado puede llegar a ser mucho más dificultoso. Aún más, cuando se produzca el cambio por reactores de multiplicación rápida la situación se verá agravada por el hecho de que estos reactores producen grandes cantidades de sustancias radioactiva de vida media muy larga.

“En realidad estamos consciente y deliberadamente acumulando una
sustancia tóxica basándonos en la dudosa posibilidad de que algún día podamos
deshacernos de ella. Estamos forzando a las futuras generaciones a hacer frente a
un problema que nosotros no sabemos cómo resolver.”

Finalmente, el informe emite una muy clara advertencia:

“El peligro evidente es que el hombre haya puesto todos los huevos en la
canasta nuclear antes de descubrir que no puede encontrar una solución. Deben
existir presiones políticas poderosas para ignorar los peligros de la radiación y
continuar usando los reactores que ya se han construido. Lo único prudente sería
reducir el programa de energía nuclear hasta haber resuelto todos los problemas
de los desperdicios... Mucha gente responsable iría aún más lejos. Ellos piensan
que no deberían construirse más reactores nucleares hasta que sepamos cómo
controlar sus desperdicios.”

¿Y cómo puede satisfacerse la demanda siempre creciente de energía?

“Como la demanda prevista de electricidad no puede ser satisfecha sin la
energía nuclear, consideran que la humanidad debe desarrollar sociedades que
sean menos exageradas en el uso de la electricidad y otras formas de energía. Más
aún, ven la necesidad de que este cambio de dirección se tome de forma
inmediata y urgente.”

Ningún grado de prosperidad podría justificar la acumulación de grandes cantidades de sustancias altamente tóxicas que nadie conoce cómo hacer “seguras” y que constituyen un peligro incalculable para toda la creación durante períodos históricos e incluso geológicos. Hacer tal cosa es una transgresión en contra de la vida misma, una transgresión infinitamente más seria que cualquier crimen perpetrado por el hombre. La idea de que una civilización podría mantenerse a sí misma sobre la base de tales transgresiones es una monstruosidad ética, espiritual y metafísica. Significa conducir los asuntos económicos del hombre como si la gente realmente no importara nada.

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