martes, 15 de septiembre de 2009

La energía nuclear: ¿Salvación o Condena?

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La Energía Nuclear:
¿Salvación
o Condena?

La principal causa de tranquilidad (ahora cada vez menos) acerca del futuro de las provisiones de energía era, sin ninguna duda, la aparición de la energía nuclear, que en la opinión de la gente había llegado en el momento oportuno. Muy pocos se preocuparon en averiguar cual era precisamente la naturaleza de lo que acababa de llegar. Era algo nuevo, asombroso, progresista y se hacían muchas promesas gratuitas de que sería barato. Ya que una nueva fuente de energía sería necesaria tarde o temprano, ¿por qué no tenerla de inmediato?
La afirmación siguiente se hizo hace seis años. En esa época, parecía muy heterodoxa.

“La religión de la economía promueve la idolatría del cambio rápido,
ignorando el axioma elemental que establece que un cambio que no representa una
mejora incuestionable es una dudosa bendición. El peso de la prueba cae sobre
aquellos que adoptan el “punto de vista ecológico”: a menos que ellos puedan
proporcionar la evidencia de una lesión al hombre, el cambio tendrá lugar. El
sentido común, por el contrario, sugeriría que el peso de la prueba debiera recaer
sobre el hombre que desea introducir un cambio; él tiene que demostrar que no
podrá haber ninguna consecuencia negativa. Pero esto demandaría demasiado
tiempo y, por lo tanto, sería antieconómico. La ecología debería ser un tema
obligado para todos los economistas, sean profesionales o no, ya que esto podría
servir para restaurar el equilibrio por lo menos en una pequeña medida. Porque la
ecología sostiene “que un medio ambiente que se ha desarrollado a través de
millones de años, debe considerarse que tiene algún mérito. Nada tan complicado
como un planeta habitado por más de un millón y medio de especies de plantas y
animales, todos ellos viviendo juntos en un equilibrio más o menos estable en el
cual usan y vuelven a usar continuamente las mismas moléculas de suelo y de aire;
un planeta así no puede ser mejorado por medio de manipulaciones sin sentido ni
información” (1).

Hace seis años, la argumentación proseguía de esta manera:

De todos los cambios introducidos por el hombre en el seno de la naturaleza, la fisión nuclear en gran escala es sin ninguna duda el más peligroso y profundo. Como resultado, la radiación irónica ha llegado a ser el agente más serio de contaminación del medio ambiente y la más grande amenaza para la supervivencia del hombre en la tierra. No es sorprendente que la atención del hombre común haya sido atraída por la bomba atómica, a pesar de que todavía existe la posibilidad de que no sea usada otra vez. Los peligros afrontados por la humanidad en relación a los denominados usos pacíficos de la energía atómica pueden ser muchos más grandes. Ña elección entre centrales convencionales de energía basadas en carbón o en petróleo, o centrales nucleares, se hace siempre sobre bases económicas, tal vez con una pequeña consideración por las “consecuencias sociales” que podrían emerger de un cercenamiento demasiado veloz de la industria del carbón. Pero el que la fisión nuclear representa un peligro increíble, incomparable y único para la vida humana no entra dentro de ningún cálculo y jamás es mencionado. La gente cuyo negocio es analizar peligros, las compañías de seguro, no demuestran ningún interés en asegurar centrales de energía nuclear contra terceros en ninguna parte del mundo, con el resultado que se ha tenido que aprobar una legislación especial por el cual el Estado acepta las responsabilidades (2). Aún así, asegurado o no, el peligro permanece y la ceguera de la religión de la economía es tal que el único problema que parece interesar a los gobierno o al público es “si arroja o no beneficio”.
Y no es el caso de que no hubiera ninguna voz autorizada que nos lo advirtiera. Los efectos de los rayos alfa, beta y gamma en los tejidos vivos son perfectamente bien conocidos; las partículas radioactivas son como proyectiles que penetran dentro de un organismo y el daño que ocasionan depende principalmente de la dosis y del tipo de células que perforan (3). Allá por el año 1927, el biólogo americano H. J. Muller publicó su famoso documento sobre las mutaciones genéticas producidas por el bombardeo de rayo X (4), y desde principio de los años 30 el peligro genético de la exposición ha sido reconocido también por los no especialistas (5) Queda claro que aquí existe el peligro de una “dimensión” todavía no experimentada, haciendo peligrar no sólo a aquellos que podrían estar directamente afectados por su radiación, sino también a sus generaciones futuras.
Una nueva “dimensión” también se obtiene del hecho de que mientras el hombre ahora puede crear elementos radioactivos, no hay nada que pueda hacer para reducir su radioactividad una vez que los ha creado. Ninguna reacción química, ninguna interferencia física, sólo el paso del tiempo reduce la intensidad de la radiación una vez que se ha puesto en marcha. El carbono 14 tiene una vida media de 5.900 años, lo que significa que se necesita casi 6.000 años para reducir su actividad a la mitad de la que tenía antes. La vida media del estroncio 90 es de 28 años. Pero cualquiera que sea la duración de la vida media parte de la radiación siempre continúa en forma indefinida, no habiendo nada que pueda hacerse al respecto, aparte de tratar de aislar la sustancia radioactiva en un lugar seguro.
¿Qué es un lugar seguro, frente a la enorme cantidad de productos y desechos radioactivos creados por los reactores nucleares? Ningún lugar en la tierra podría considerarse seguro. Se pensó en un tiempo que estos desechos podrían ser enterrados en las profundidades de los océanos, suponiendo que ninguna manifestación de vida podría subsistir tales profundidades (6). Sin embargo, exploraciones llevadas a cabo en las profundidades del mar por los soviéticos han demostrado que aquellas suposiciones eran inexactas. Dondequiera que hay vida las sustancias radioactivas son absorbidas en el ciclo biológico. A tan sólo horas de haber depositados esos materiales en el agua, la mayor parte de ellos pueden encontrarse en los organismos vivos. El plancton, las algas y muchos animales de mar tienen el poder de concentrar esas substancias en una proporción muy elevada. Como un organismo se alimenta de otro, los materiales radioactivos vuelven a subir la escalera de la vida y pronto encuentran su camino de vuelta al hombre (7).
Todavía no se ha logrado ningún acuerdo internacional con respecto a los desperdicios radioactivos. La conferencia de la Organización Internacional de la Energía Atómica, celebrada en Mónaco en noviembre de 1959 terminó en desacuerdo, principalmente en base a las objeciones enérgicas de la mayoría de los países en contra de la práctica americana y británica de tirar los desperdicios a los océanos (8). Los desperdicios de “alto nivel” continúan siendo arrojados al mar, mientras que grandes cantidades del llamado “nivel intermedio” y “nivel bajo” se depositan en los ríos o directamente debajo de la tierra. Un informe de la conferencia comenta lacónicamente que los residuos líquidos “se abren paso muy lentamente hasta las capas subterráneas de agua, dejando toda o parte (sic) de su radioactividad contenida química o físicamente en el suelo” (9).
Los residuos más voluminosos son, por supuesto, los reactores nucleares mismos una vez que han dejado de ser útiles. Todavía existe la discusión sobre los aspectos económicos triviales acerca de si van a durar 20, 25 o 30 años. Nadie discute el problema desde el punto de vista humano, es decir que no pueden ser desmantelados ni trasladados sino dejados donde están, probablemente por siglos, tal vez por miles de años, constituyendo una activa amenaza para toda la vida, perdiendo silenciosamente su radioactividad en el aire y en el suelo. Nadie ha considerado el número y la ubicación de estos molinos satánicos que han de multiplicarse sin cesar en el futuro. Por supuesto, se supone que no habrá terremotos, ni guerras, ni disturbios civiles, ni revueltas como las que han sacudido las ciudades americanas. Las centrales de energía nuclear en desuso habrán de permanecer como horribles monumentos frente a las suposiciones del hombre que cree que nada aparte de la tranquilidad, de ahora en adelante, se extiende delante suyo, o para decirlo de otra manera, que el futuro no cuenta nada comparado con el menor beneficio económico de hoy.
Mientras tanto, un número de autoridades se han ocupado en definir “las concentraciones máximas permisibles” (CMP) y “los niveles máximos permisibles” (NMP) para varios elementos radioactivos. Las CMP intentan definir la cantidad de una sustancia radioactiva dad que un organismo humano está en condiciones de acumular. Pero se sabe que cualquier acumulación produce un daño biológico. “Debido a que no sabemos que exista una recuperación completa de estos efectos”, informa el Laboratorio Radiológico Naval de los Estados Unidos, “tenemos que tomar una decisión arbitraria acerca de cuánto daño es el que vamos a permitir, es decir, qué es lo “aceptable” o “permisible”; no un hallazgo científico, sino más bien una decisión administrativa” (10). Difícilmente podemos sorprendernos cuando hombres con una inteligencia e integridad como el Dr. Albert Schweitzer rehúsan aceptar tales decisiones administrativas con ecuanimidad: “¿Quién les ha dado a ellos el derecho de hacer esto? ¿Quién puede arrogarse el dar tal permiso?”(11). La historia de estas decisiones es intranquilizadora, para no decirlo de otra manera. El Consejo Británico de Investigación Médica señalaba hace unos 12 años que:
“El nivel máximo de estroncio 90 permisible en el esqueleto humano,
aceptado por la Comisión Internacional de Protección Radiológica, corresponde a
mil micro-micro-cueries por gramo de calcio (=1.000 SU). Pero éste es el nivel
máximo permisible para adultos en ocupaciones especiales y no es apropiado
para aplicarlo a la población como un todo o a los niños con mayor sensibilidad a
la radiación” (12).

Poco tiempo después las CMP para el estroncio 90 se redujeron en un 90 por ciento y más tarde en otro tercio, a 67 SU, en relación a la población. Mientras tanto, las CMP para los trabajadores en plantas nucleares se elevaron a 2.000 SU (13).
Debemos tener cuidado, sin embargo, de no perdernos en la selva de controversias que se han originado y crecido en este terreno. El asunto es que peligros muy serios se han creado ya con el pretexto de “los usos pacíficos de la energía atómica”, que afectan no sólo a la gente que vive hoy, sino a las futuras generaciones, a pesar de que la energía nuclear por ahora sólo está siendo usada en una escala insignificante desde el punto de vista estadístico. Todavía está por conocerse su real desarrollo, en una escala tal que poca gente puede llegar a imaginarse. Si esto va a suceder realmente, habrá un tráfico constante de sustancias radioactivas desde las plantas químicas “calientes” a las estaciones nucleares y en sentido inverso, desde las estaciones a las plantas procesadoras de residuos y desde allí a los lugares de desecho. Un accidente serio, sea durante el transporte o la producción, puede causar una catástrofe importante, y los niveles de radiación en todo el mundo crecerán sin pausa de una a otra generación. Salvo que todos los especialistas genéticos estén en un error, habrá un incremento igualmente sin pausa, aunque de alguna manera más lento, en el número de mutaciones peligrosas. K. Z. Morgan, del Laboratorio Oak Ridge, enfatiza que el daño puede ser muy sutil, un deterioro general de toda clase de cualidades orgánicas, tales como la movilidad, la fertilidad y la eficacia de los órganos sensoriales. “Basta que una pequeña dosis tenga un efecto en cualquier estadio del ciclo vital de un organismo para que una radiación crónica en este nivel pueda ser más dañina que una simple dosis masiva... Finalmente pueden producirse cambios en el ritmo de las mutaciones, aún cuando no haya ningún efecto inmediato sobre la supervivencia de los individuos contaminados” (14)
Los especialistas de vanguardia en genética han hecho oír sus advertencias en el sentido de que debiera hacerse todo lo posible para evitar incrementos en los ritmos de mutación (15). En el campo de la medicina también se ha insistido en que el futuro de la energía nuclear debe depender principalmente de las investigaciones que se efectúan sobre la biología de la radiación, que todavía están totalmente incompletas (16). Reconocidos físicos han sugerido que “medidas mucho menos heroicas que la construcción... de reactores nucleares” debieran ensayarse para tratar de resolver el problema del abastecimiento de energía en el futuro (un problema que de ninguna manera ha llegado a ser agudo en el presente) (17) y estudiosos de los problemas estratégicos y políticos, al mismo tiempo, nos han advertido que no hay realmente ninguna esperanza de prevención contra la proliferación de la bomba atómica si hay una expansión de la capacidad de plutonio, tal como fue “espectacularmente expuesto por el Presidente Eisenhower en su “propuesta de átomos para la paz” del 8 de diciembre de 1953 (18).
Aún así, todas estas opiniones de peso no juegan ningún papel en el debate, que trata de esclarecer si debiéramos empezar inmediatamente con un “segundo programa nuclear” de largo alcance o continuar por un poco más de tiempo con los combustibles convencionales los que, aparte de lo que pueda decirse en favor o en contra de ellos, no nos envuelven en riesgos enteramente nuevos e incalculables. Ninguno de ellos es nunca mencionado; todo el de bate, que puede afectar vitalmente al propio futuro de la raza humana, se hace exclusivamente en términos de la ventaja inmediata, como si dos comerciantes de ropa usada estuvieran tratando de ponerse de acuerdo sobre un descuento.
Después de todo, ¿qué es lo que significa el ensuciar el aire con humo comparándolo con la contaminación del aire, el agua y el suelo con la radioactividad iónica? No es que yo desee de alguna manera disminuir los males de la contaminación convencional del aire y el agua, pero debemos reconocer “las diferencias dimensionales” cuando las encontramos. La polución radioactiva es un mal de una “dimensión” incomparablemente más grande que ninguna otra cosa antes conocida por la humanidad. Uno podría inclusive pregunta: ¿De qué sirve el insistir en la limpieza del aire si está cargado de partículas radioactivas? Y si el aire pudiera protegerse, ¿de qué serviría si se está envenenando el suelo y el agua?
Incluso un economista podría preguntar: ¿De qué sirve el progreso económico, el elevado nivel de vida, cuando la tierra, la única tierra que tenemos, está siendo contaminada por sustancias que pueden causar deformaciones a nuestros hijos o a nuestros nietos? ¿No hemos aprendido nada de la tragedia de la talidomina? ¿Podemos tratar con asuntos de características tan básicas mediante afirmaciones vagas o admoniciones oficiales de que “en ausencia de pruebas de que (esta o aquella innovación) es de alguna manera dañina , sería el colmo de la irresponsabilidad el provocar la alarma pública”?(19). ¿Podemos hablar de ellas simplemente sobre la base de un beneficio calculado a corto plazo?

“Podría pensarse”, escribió Leonard Beaton, “Que todos los recursos de
los que temen la expansión de las armas nucleares se hubieran dedicado a
posponer estos desarrollos tanto tiempo como fuese posible. Podría haberse
esperado que los Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña hubieran
invertido grandes sumas de dinero tratando de probar que los combustibles
convencionales, por ejemplo, han sido subestimados como fuente de energía... En
realidad... los esfuerzos que se han hecho deben considerarse como una de las
fantasías políticas más inexplicables de la historia. Sólo un psicólogo social
podría tener la esperanza de llegar a explicar un día por qué los poseedores de
las más terribles armas de la historia han buscado con ansiedad el expandir la
infraestructura industrial necesaria para producirlas... Afortunadamente... los
reactores nucleares son todavía bastante escasos” (20).

Es cierto que un prominente físico nuclear americano, A. W. Weinberg, ha ofrecido una suerte de explicación: “Hay”, dice, “una comprensible inclinación por parte de los hombres de buena voluntad para desarrollar los aspectos positivos de la energía nuclear, simplemente porque los aspectos negativos son tan abrumadores”. Pero también agrega la advertencia de que “hay razones personales muy fuertes por las que los científicos atómicos parecen tan optimistas cuando escriben acerca de su impacto en los asuntos mundiales. Cada uno de nosotros debe buscar una justificación con la que mitigar su preocupación por los instrumentos de destrucción nuclear (y aún nosotros, la gente de los reactores, somos un poco menos culpables que nuestros colegas armamentistas)”(23).
Uno pudiera haber pensado que nuestro instinto de autoconservación nos haría inmune al optimismo científico o a las promesas incumplidas de ventajas pecuniarias. “No es demasiado tarde a estas alturas para reconsiderar las viejas decisiones y tomar otras nuevas”, dijo recientemente un comentarista americano. “Por el momento al menos, la elección está por hacer” (22). Una vez que se hayan creado más centros de radioactividad la elección será imposible, ya sea que podamos afrontar los peligros o no.
Es evidente que ciertos adelantos científicos y tecnológicos de los últimos 30 años han producido y siguen produciendo peligros de una naturaleza totalmente intolerable. En la Cuarta Conferencia Nacional del Cáncer en los Estados Unidos de Norteamérica realizada en septiembre de 1960, Lester Breslow, del Departamento de Salud Pública de California, informó que decenas de miles de truchas de los viveros del oeste habían contraído cáncer de hígado de forma repentina y continúo diciendo:

“Los cambios que afectan al medio ambiente del hombre se están
introduciendo con tal rapidez y con tan poco control que es una maravilla que el
hombre haya escapado hasta el momento del tipo de epidemia de cáncer que este
año ha afectado a las truchas”(23).

Sin ninguna duda, al mencionar estas cosas, uno se expone abiertamente a la acusación de estar en contra de la ciencia, la tecnología y el progreso. Permítaseme como conclusión añadir unas cuántas palabras acerca del futuro de la investigación científica. El hombre no puede vivir sin ciencia ni tecnología como tampoco puede vivir en contra de la naturaleza. Lo que necesita es una muy cuidadosa consideración, sin embargo, es la dirección de la investigación científica. No podemos dejar esto en manos de los científicos solamente. Tal como el mismo Einstein dijo (24), “casi todos los científicos son, desde el punto de vista económico, completamente dependientes” y “el número de científicos que poseen un sentido de responsabilidad social es tan pequeño” que no pueden determinar la dirección de la investigación. Esta última conclusión es aplicable, sin ninguna duda, a todos los especialistas y la tarea debe recaer sobre el profano inteligente, sobre gente como los que forman la Sociedad Nacional para el Aire limpio, y otras sociedades similares preocupadas por la conservación. Ellos deben influir en la opinión pública de modo que los políticos, que dependen de la opinión pública, se liberen de la esclavitud del economismo y se ocupen de las cosas que realmente importan. Lo que importa, tal como lo he dicho, es la dirección de la investigación. La dirección debiera apuntar hacia la no violencia antes que hacia la violencia, hacia una cooperación armoniosa con la naturaleza antes que a una guerra en contra de la naturaleza, hacia soluciones silenciosas, de baja energía, elegantes y económicas aplicadas normalmente por la naturaleza antes que a las soluciones ruidosas, de alta energía, brutales, llenas de desperdicios y toscas de la ciencia de hoy día.
La continuación del avance científico en la dirección de una creciente violencia, culminando en la fisión nuclear y con el horizonte de la fusión nuclear, es una perspectiva de terror que amenaza con la abolición del hombre. Aún así, no está escrito en los astros que ésta deba ser la dirección. Hay también una posibilidad que da vida y que embellece la vida, la exploración y el cultivo consciente de todos aquellos métodos relativamente no violentos, armoniosos, orgánicos, de cooperación con ese enorme, hermoso e incomprensible sistema de la naturaleza dada por Dios, de la cual somos parte y que ciertamente no hemos hecho.
Esta declaración, que fue parte de una conferencia dada ante la Sociedad Nacional para el Aire Limpio en octubre de 1967, fue recibida con un meditado aplauso por una audiencia altamente responsable, pero posteriormente atacada furiosamente por las autoridades como “el colmo de la irresponsabilidad”. El comentario más inefable fue hecho por Richard Marsh, el entonces Ministro de Energía de Su Majestad, quién creyó necesario “censurar” al autor. La conferencia, dijo, fue una de las contribuciones más extraordinarias y menos beneficiosas para el debate sobre el coste nuclear y el del carbón (Daily Telegraph, 21 de octubre de 1967)
Sin embargo los tiempos cambian. Un informe sobre el Control de la Contaminación, presentado en febrero de 1972 al Secretario de Estado para el Medio Ambiente por una Comisión de Trabajo designada oficialmente, publicada por la Oficina de Imprenta de Su Majestad y titulada “Pollutión: Nuisance or Nemesis?”, decía lo siguiente:

“La preocupación principal en el contexto internacional es el futuro. La
prosperidad económica del mundo parece estar ligada a la energía nuclear. Por el
momento, la energía nuclear provee sólo un 1 por ciento del total de la
electricidad generada en el mundo. Para el año 2.000, si los presente planes
siguen adelante, esta cifra se habría incrementado a más del 50 por ciento y el
equivalente a 2 nuevos reactores de 500 Mwe (cada uno del tamaño del ubicado
en Trawsfynydd y en Snowdonia) será inaugurado cada cía” (25).

En cuanto a los desechos radioactivos de los reactores nucleares:

“La causa más grande de preocupación en cuanto al futuro es el
almacenamiento de los desechos radioactivos de larga vida... No hay ninguna
manera de destruir la radioactividad, cosa que no ocurre con otros
contaminantes... Así que no hay ninguna alternativa en cuanto a un
almacenamiento permanente...

En el reino Unido el estroncio 90 se almacena actualmente en forma líquida en enormes estanques de acero en Winddscale (Cumberlan). Tienen que estar constantemente enfriados con agua, ya que el calor producido por la radiación se elevaría de otra manera a temperaturas por encima del punto de ebullición. Tendremos que seguir enfriando esos tanques por muchos años inclusive si no construimos más reactores nucleares. Pero con el vasto incremento del estroncio 90 que se espera para el futuro, el problema apuntado puede llegar a ser mucho más dificultoso. Aún más, cuando se produzca el cambio por reactores de multiplicación rápida la situación se verá agravada por el hecho de que estos reactores producen grandes cantidades de sustancias radioactiva de vida media muy larga.

“En realidad estamos consciente y deliberadamente acumulando una
sustancia tóxica basándonos en la dudosa posibilidad de que algún día podamos
deshacernos de ella. Estamos forzando a las futuras generaciones a hacer frente a
un problema que nosotros no sabemos cómo resolver.”

Finalmente, el informe emite una muy clara advertencia:

“El peligro evidente es que el hombre haya puesto todos los huevos en la
canasta nuclear antes de descubrir que no puede encontrar una solución. Deben
existir presiones políticas poderosas para ignorar los peligros de la radiación y
continuar usando los reactores que ya se han construido. Lo único prudente sería
reducir el programa de energía nuclear hasta haber resuelto todos los problemas
de los desperdicios... Mucha gente responsable iría aún más lejos. Ellos piensan
que no deberían construirse más reactores nucleares hasta que sepamos cómo
controlar sus desperdicios.”

¿Y cómo puede satisfacerse la demanda siempre creciente de energía?

“Como la demanda prevista de electricidad no puede ser satisfecha sin la
energía nuclear, consideran que la humanidad debe desarrollar sociedades que
sean menos exageradas en el uso de la electricidad y otras formas de energía. Más
aún, ven la necesidad de que este cambio de dirección se tome de forma
inmediata y urgente.”

Ningún grado de prosperidad podría justificar la acumulación de grandes cantidades de sustancias altamente tóxicas que nadie conoce cómo hacer “seguras” y que constituyen un peligro incalculable para toda la creación durante períodos históricos e incluso geológicos. Hacer tal cosa es una transgresión en contra de la vida misma, una transgresión infinitamente más seria que cualquier crimen perpetrado por el hombre. La idea de que una civilización podría mantenerse a sí misma sobre la base de tales transgresiones es una monstruosidad ética, espiritual y metafísica. Significa conducir los asuntos económicos del hombre como si la gente realmente no importara nada.

Recursos para la industria

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Recursos
para la
Industria

La cosa más asombrosa acerca de la industria moderna es que exige mucho y logra poco. La industria moderna parece ser ineficaz en un grado tal que sobrepasa los poderes ordinarios de nuestra imaginación. Su ineficacia, por lo tanto, pasa desapercibida.
Industrialmente hablando, el país más avanzado del mundo contemporáneo es, sin ninguna duda, los Estados Unidos de Norteamérica. Con una población de alrededor de doscientos siete millones, representa el 5,6 por ciento de la humanidad, con sólo alrededor de 23 personas por km.² (en relación a un promedio mundial de 30); situado totalmente dentro de la zona templada del norte, se la considera como una de las más grandes áreas del mundo con es escasa densidad de población. Se ha calculado que si la población total del mundo se pusiera en Estados Unidos, su densidad de población sería aproximadamente igual a la de la Inglaterra de Hoy. Esto podría pensarse que es una comparación bastante “injusta” pero aun tomando el caso del Reino Unido, encontramos que tiene una densidad de población que es más de diez veces la de los Estados Unidos (lo que significa que en los Estados Unidos se podría acomodar más de la mitad de la población del mundo actual antes de tener una densidad igual a la que hoy tiene el Reino Unido), y hay muchas otras naciones industrializadas cuyas densidades son aún más altas. Tomando por caso Europa, excluida la URSS, encontramos que hay una densidad de población de 98 personas por km.², es decir, más de cuatro veces la de los Estados Unidos. No podría decirse, por lo tanto que (hablando en forma relativa) los Estados Unidos estén en desventaja porque tengan demasiada gente en demasiado poco espacio.
Tampoco podría decirse que el territorio de los estados Unidos esté pobremente dotado de recursos naturales. Por el contrario, en toda la historia humana no ha habido ningún territorio que haya sido explorado que tenga recursos más excelentes y preciosos y, a pesar de lo mucho que se ha explotado y arruinado desde entonces, esto sigue siendo verdad hoy día.
Pese a todo, el sistema industrial de los Estados Unidos no puede subsistir sobre la base de recursos internos solamente, y ha tenido que extender sus tentáculos alrededor del mundo para asegurarse la provisión de materias primas. Porque el 5,6 por ciento de la población mundial que vive en los Estados Unidos requiere alrededor del 40 por 100 de los recursos primarios del mundo para mantenerse funcionando. Siempre que se han hecho estimaciones relativas a los próximos diez, veinte o treinta amos, la conclusión ha sido la misma: la constante y siempre creciente dependencia de la economía de los Estados Unidos en materias primas y provisión de combustibles desde el exterior. El Consejo Nacional del Petróleo, por ejemplo calcula que para 1985 los Estados Unidos tendrán que cubrir con importaciones el 57 por 100 del total de sus requerimientos de petróleo, lo que entonces excederá ampliamente el total de las importaciones de petróleo que Europa Occidental y Japón obtienen actualmente del Medio Oriente y África (alrededor de ochocientos millones de toneladas).
Un sistema industrial que usa el 40 por 100 de los recursos primarios del mundo para abastecer a menos del 6 por 100 de la población del mundo podría llamarse eficaz sólo si obtuviese resultados asombrosamente positivos en términos de felicidad, bienestar, cultura, paz y armonía. No necesito detenerme mucho sobre el hecho de que el sistema americano falla en este sentido, o para afirmar que no hay ninguna pequeña perspectiva de que lo pudiera hacer si alcanzase un porcentaje más alto de crecimiento de la producción unido, como es necesario, a una demanda aún más grande de los recursos finitos del mundo. El profesor Walter Heller, ex presidente del Consejo de Expertos Económicos del Presidente de los Estados Unidos, sin ninguna duda refleja la opinión de la mayoría de los economistas modernos cuando expresa:

“Necesitamos expansión para satisfacer las aspiraciones de nuestra nación.
En una economía de rápido crecimiento económico y de pleno empleo, se tienen
mayores posibilidades de liberar recursos públicos y privados para librar la batalla
contra la contaminación de la tierra, el aire, el agua y el ruido que las que se
tendrían en una economía de crecimiento lento.”

“No se puede concebir -dice- una economía próspera sin crecimiento.” Pero si la economía de los Estados Unidos no se puede concebir como un sistema próspero sin apelar al crecimiento rápido, y si tal crecimiento depende del hecho de ser capaz de obtener recursos siempre crecientes del resto del mundo, ¿qué pasa con el 94,4 por 100 de la humanidad que ha sido dejada “atrás” por los Estados Unidos?
Si una economía de rápido crecimiento es necesaria para librar la batalla en contra de la contaminación, que por su parte aparece como resultado del crecimiento rápido, ¿qué esperanza hay de poder romper este círculo tan fuera e lo común? De cualquier modo, debemos preguntarnos si los recursos de la tierra son adecuados para el ulterior desarrollo de un sistema industrial que consume tanto y logra tan poco.
Más y más voces se hacen oír hoy en el sentido de que esos recursos no son adecuados. Tal vez la más prominente entre todas esas voces es la de un grupo de estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts que elaboró un informe titulado The Límits of Growth (Los Límites del Crecimiento), para un proyecto que el club de Roma organizó en relación con los logros de la humanidad. El informe contiene, entre otros materiales, un cuadro muy interesante que muestra las reservas globales conocidas, el número de años que esas reservas globales se piensa que han de durar de acuerdo con los ritmos de consumo actuales, el número de años que las reservas globales conocidas durarán con el consumo continuamente creciente en forma exponencial y el número de años en que podrían hacer frente al consumo creciente si fuera cinco veces más grande de lo que se sabe que son. Todo esto en relación a diecinueve recursos naturales no renovables d vital importancia para las sociedades industriales. De particular interés es la última columna de la tabla que nos muestra “el consumo de los Estados Unidos como porcentaje del total mundial”. Las cifras son como siguen:
Aluminio 42% Molibdeno 40%
Cromo 19% Gas Natural 63%
Carbón 44% Níquel 38%
Cobalto 32% Petróleo 33%
Cobre 33% Grupo de Platino 31%
Hierro 28% Plata 26%
Oro 26% Estaño 24%
Plomo 25% Tungsteno 22%
Manganeso 14% Zinc 26%
Mercurio 24%

Solamente uno o dos de estos productos se producen en los Estados Unidos en cantidad suficiente para cubrir el consumo interno. Habiendo calculado, bajo ciertas hipótesis, cuándo se agotará cada uno de estos productos, los autores formulan su conclusión genera, prudentemente, como sigue:
“Teniendo en cuenta los actuales porcentajes de consumo de los recursos
y el incremento previsto de esos porcentajes, la gran mayoría de los recursos
importantes no renovables serán extremadamente costosos dentro de cien años.”

En realidad, no creen que quede mucho tiempo para que la industria moderna. “Que depende grandemente de una red de acuerdos internacionales con los países productores para la provisión de materias primas”, tenga que enfrentarse con crisis de proporciones desconocidas.
“Unida al difícil problema económico del destino de los distintos sectores
industriales, a medida que los recursos se conviertan en prohibitivamente
costosos, está la imponderable cuestión política de las relaciones entre las
naciones productoras y consumidoras conforme los recursos que quedan se
concentran en áreas geográficas más limitadas. Las recientes nacionalizaciones de
minas en Sudamérica y las presiones para incrementar los precios del petróleo en
el Medio Oriente sugieren que la cuestión política puede aparecer antes de que lo
haga la económica.”

Tal vez fue útil, pero no esencial, que el equipo del MIT hiciera tantos cálculos hipotéticos. Al final, las conclusiones del grupo se derivan de sus hipótesis y no exige más que un simple acto de sentido común el darse cuenta de que el crecimiento infinito del consumo material en un mundo finito es una imposibilidad. Tampoco se requiere el estudio de un gran número de productos, tendencias, métodos de recuperación, dinámica de sistemas, etc., para arribar a la conclusión de que el tiempo es corto. Quizá es justificable emplear una computadora para obtener los mismos resultados que cualquier persona inteligente podría haber alcanzado con la ayuda de unas cuantas operaciones aritméticas hechas en el reverso de un sobre, porque el mundo moderno cree en las computadoras y en las masas de datos y aborrece la simplicidad. Pero siempre es peligroso y generalmente conduce al fracaso el tratar de expulsar a los demonios con Belzebú, el príncipe de los demonios.
El sistema industrial moderno no está gravemente amenazado por la posible escasez y los altos precios de la mayoría de los materiales a los que el grupo de trabajo del MIT dedica tanta atención. ¿Quién podría decir la cantidad de estos productos que hay en la corteza de la tierra, cuánto se podrá extraer por medio de métodos cada vez más ingeniosos antes de que tenga sentido hablar de una extinción global, cuánto se podrá obtener de los océanos y cuánto podría ser reciclado? Es bien cierto que la necesidad es la madre de la invención y ésta, maravillosamente apoyada por la ciencia moderna, es muy difícil que sea derrotada en estos frentes.
Hubiera sido mejor para profundizar el conocimiento si el equipo del MIT hubiera limitado su análisis a un solo factor material, la disponibilidad del cual es la precondición para la existencia de todos los otros y que no puede ser reciclado: la energía.
Mientras haya energía primaria suficiente (a precios tolerables) no hay ninguna razón para creer que las dificultades en relación con cualquiera otra materia prima no pueden ser disipadas o eludidas. Por otro lado, una escasez de energía primaria significaría que la demanda de la mayoría de los otros productos primarias sería tan mínima que sería muy difícil que surgiera un problema de escasez en relación con ellos.
A pesar de que estos hechos básicos son perfectamente obvios, todavía no se los aprecia suficientemente. Todavía hay una tendencia, alimentada por la orientación excesivamente cuantitativa de la economía moderna, a tratar el problema de la provisión de energía como si fuera un problema más entre muchos otros (tal como lo hizo el grupo del MIT). La orientación cuantitativa está tan desprovista de conocimiento cualitativo que aún la calidad de los “órdenes de magnitud” deja de ser apreciada. Y esto, en realidad, es una de las causas principales de la falta de realismo con el cual las perspectivas de la provisión de energía para la moderna sociedad industrial se discuten generalmente. Se ha dicho, por ejemplo, que “el carbón está en camino de extinción y que será reemplazado por el petróleo”, y cuando se hace notar el hecho de que esto significaría la rápida extinción de todas las reservas de petróleo, sean la conocidas o las por conocer (todavía no descubiertas), se asegura suavemente que “estamos entrando en la era nuclear”, así que no hay necesidad de preocuparse por nada y menos aún por la conservación de combustibles fósiles. Son innumerables los estudios realizados por expertos, comité científicos y organismos gubernamentales, que intentan demostrar, con una gran cantidad de sutiles cálculos, que la demanda de carbón de Europa Occidental está disminuyendo y lo seguirá haciendo tan rápidamente que el único problema que queda es cómo deshacerse de los mineros del carbón con suficiente rapidez. En lugar de mirar a la situación total, que ha sido y es todavía altamente predecible, los autores de estos estudios miran casi invariablemente a las innumerables partes constituyentes de la situación total, ninguna de las cuales es predecible en forma separada, ya que las partes no puede ser comprendidas a menos que el todo sea comprendido.
Para dar un sólo ejemplo, un estudio elaborado por la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, llevado a cabo en 1960/61, dio precisas respuestas cuantitativas a prácticamente todo tipo de preguntas que cualquier personas humana hubiera deseado hacer acerca del combustible y la energía en los países del Mercado Común hasta 1975. Tuve ocasión de comentar el informe poco después de su publicación y podría no estar fuera de lugar citar algunos pasaje de mi comentario (1).

“Puede parecer asombroso el hecho de que alguien pueda estar en
condiciones de predecir el desarrollo de la productividad y de los salarios de los
mineros en su propio país con 15 años de anticipación; es aún más asombroso
encontrar a la misma persona anticipando los precios y el flete transatlántico del
carbón americano. Una cierta clase de carbón de Estados Unidos, se nos dice,
costará “alrededor de 14,50 dólares por tonelada” en el Mar del Norte en 1970 y
“un poco más” en 1975. “Cerca de 14,50, dice el informe, debería tomarse como
“un valor entre 13,75 y 15,25 dólares”, con un margen de incertidumbre de 1,50
dólar, es decir, más o menos el 5 por ciento”.

(En realidad, el precio c.i.f. -coste, seguro, flete; es decir, precio de entrega- del carbón de los Estados Unidos en los puertos europeos alcanzó los 24-25 dólares por tonelada para los nuevos contratos firmados en octubre de 1970.)

“Similarmente, el precio del petróleo combustible será del orden de 17 a
19 dólares por tonelada, mientras que estimaciones de varias clases se han hecho
para el gas natural y la energía nuclear. Estando en posesión de estos “datos
concretos” (y de muchos otros), los autores encontraron que era bastante fácil
calcular qué cantidad de la producción de carbón de la Comunidad será
competitiva en 1970 y la respuesta es “cerca de 125 millones, es decir, poco más
de la mitad de la presente producción”.
“Hoy está de moda suponer que cualquier cifra acerca del futuro es mejor
que nada. Para elaborar cifras acerca de lo desconocido, el método corriente es
hacer una conjetura acerca de una cosa, hacer una “suposición” y de ella obtener
una estimación por medio de un cálculo sofisticado. Dicha estimación se presenta
como el resultado de un razonamiento científico, algo muy superior a un mero
producto de la imaginación. Esta es una práctica perniciosa que sólo puede
conducir a los más colosales errores de planificación porque ofrece una
respuesta falaz donde, en realidad, lo que se necesita es una estimación
empresarial.
“El estudio analizado emplea una gran número de suposiciones arbitrarias
que son colocadas dentro de una máquina calculadora para producir un resultado
“científico”. Hubiera sido más barato y ciertamente más honesto, suponer el
resultado.”

De hecho, la “práctica perniciosa” maximizó los errores de planificación; la capacidad de la industria del carbón de Europa Occidental fue virtualmente limitada a la mitad de su tamaño original, no sólo en la Comunidad, sino en Gran Bretaña también. Entre 1960 y 1970 la dependencia de las importaciones de combustible de la Comunidad Europea creció desde un 30 por ciento a más de un 60 por ciento y la del Reino Unido de un 25 por ciento a un 40 por ciento. A pesar de que era perfectamente posible predecir la situación que habría de alcanzar en la década de los setenta, los gobiernos de la Europa Occidental, apoyados por la gran mayoría de los economistas, deliberadamente destruyeron aproximadamente la mitad de la industria del carbón, como si el carbón fuera nada mas que uno de los innumerables productos del mercado que se produce en tanto en cuanto sea rentable el hacerlo y se elimina tan pronto como la producción cesa de serlos. La pregunta de qué es lo que habría de ocupar el lugar de los suministros internos d carbón a largo plazo se contestó con las aseveraciones de que habría abundante provisión de otros combustibles a bajo precio “para un futuro previsible”, estando tales seguridades basadas sólo en una expresión de deseos.
No es que haya habido (o que lo haya ahora) una falta de información o que los que hacen las políticas ignoraran de alguna manera hechos importantes. No, hubo un conocimiento perfectamente adecuado de la situación imperante y también hubo estimaciones perfectamente razonables y realistas acerca de las tendencias futuras. Pero los políticos no fueron capaces de sacar las conclusiones correctas de aquello que sabían que era verdad . los razonamientos de aquellos que señalaban la posibilidad de que hubiese períodos de escasez en un futuro predecible no fueron considerados y rechazados por argumentos contrarios, sino simplemente eludidos o ignorados. No requiere una gran dosis de conocimiento el comprender que independientemente del futuro a largo plazo de la energía nuclear, el destino de la industria mundial durante el resto de este siglo estaría determinado principalmente por el petróleo. ¿Qué podría decirse acerca de las perspectivas del petróleo hace una década? Cito a continuación una conferencia dada en abril de 1961.

“Decir algo acerca de las perspectivas a largo plazo de la disponibilidad
de petróleo crudo es algo odiosos debido a que hace 30 ó cincuenta años se podía
haber predicho que la provisión de petróleo se reduciría muy pronto y en realidad
no ha sido así. Un sorprendente número de gente parece imaginar que por el
hecho de mencionar predicciones erróneas hechas hace mucho tiempo, han
establecido de alguna manera que el petróleo jamás disminuiría sin importa el
rápido crecimiento anual de su explotación. En relación a las futuras provisiones
de petróleo, al igual que con la energía atómica, mucha gente se las arregla para
asumir una posición de un optimismo ilimitado, bastante impermeable a la razón.
“Prefiero basarme sobre la información que proviene de los propios
productores de petróleo. Estos no dicen que la producción de petróleo ha de
disminuir dentro de muy poco tiempo, todo lo contrario, dicen que hay todavía
mucho petróleo, más aún que el que se ha encontrado hasta la fecha y las reservas
mundiales de petróleo, recobrables a un coste razonable, bien pueden llegar a ser
del orden de los 200.000 millones d toneladas, lo que representan alrededor d
200 veces la producción anual actual. Sabemos bien que las llamadas reservas de
petróleo “probadas” representan actualmente alrededor de 40.000 millones de
toneladas y ciertamente no hemos de caer en el error elemental de pensar que éste
es todo el petróleo que posiblemente exista. No, nos alegra creer que la casi
inimaginable cantidad de otros 160.000 millones de toneladas de petróleo será
descubiertos durante las próximas décadas. ¿Por qué casi inimaginables? Porque,
por ejemplo, el reciente descubrimiento de depósitos inmensos de petróleo en el
Sahara (lo que ha inducido a mucha gente a pensar que las prospecciones futuras
de petróleo se han cambiado a esa zona) difícilmente afectaría a esta cifra de
forma sustancial. La presente opinión de los expertos parece expresar que los
pozos de petróleo del Sahara pueden llegar a producir unos 1.000 millones de
toneladas. Esta es una cifra impresionante cuando la consideramos en relación
con la demanda anual de petróleo de Francia, pero es bastante insignificante
como una contribución a los 160.000 millones de toneladas que suponemos serán
descubiertas en el futuro inmediato. Esa es la razón por la cual dije “casi
inimaginable”, porque 160 descubrimientos similares al del petróleo del Sahara
son bastante difíciles de imaginar. De cualquier manera, supongamos que pueden
hacerse y que se harán.
“Parece, por lo tanto, que las reservas comprobadas de petróleo debieran
ser suficiente para los próximos cuarenta años y el total de las reservas de petróleo para 200 años (de acuerdo con el presente ritmo de consumo).
Lamentablemente, sin embargo, el ritmo de consumo no es estable y tiene una
larga historia de crecimiento a una tasa de 6 ó 7 por ciento anual. Es evidente que
si este crecimiento se detuviese ahora no habría ningún riesgo de que el petróleo
desplazase al carbón; pero todo el mundo parece estar confiado en que el
crecimiento del petróleo (estamos hablando a una escala mundial) continuará en
la proporción establecida. La industrialización se extiende por todo el mundo y
está siendo llevada adelante principalmente por el poder del petróleo. ¿Alguien
supone que este proceso cesaría de pronto? De lo contrario, merecería la pena
considerar, desde un punto de vista puramente aritmético, por cuánto tiempo
podrá continuar.
“Lo que propongo hacer ahora no es una predicción, sino simplemente un
cálculo exploratorio o, como dicen los ingenieros, un estudio de viabilidad. Una
tasa de crecimiento del 7 por ciento significa doblar el consumo en 10 años. En
1970, por lo tanto, el consumo de petróleo mundial podría ser del orden de los
2.000 millones de toneladas por año. (De hecho, ascendió a 2.273 millones de
toneladas). La cifra de lo producido durante la década sería alrededor de 15.000
millones de toneladas. Para mantener las reservas probadas, que ahora son
40.000 millones de toneladas , los hallazgos durante la década deberían llegar a
15.000 millones de toneladas. Las reservas comprobadas, que ahora son 40 veces
la producción anual, serían entonces de sólo 20 veces, mientras que la producción
anual se habría duplicado. No habría nada absurdo o imposible en tal desarrollo.
Diez años, sin embargo, es un tiempo muy breve cuando se está tratando con
problemas de abastecimiento de combustibles. Por ello, observemos los siguiente
10 años, que nos conducen a 1980. Si el consumo de petróleo continuara
creciendo a una tasa de aproximadamente 7 por ciento anual, se elevaría a cerca
de 4.000 millones de toneladas anuales en 1980. La producción total durante esta
segunda década sería de casi 30.000 millones de toneladas. Si la “vida” de las
reservas comprobadas debiese mantenerse en 20 años -poca gente hace grandes
inversiones sin echar una mirada sobre los próximos 20 años por lo menos-, no
sería suficiente reemplazar la producción de 30.000 millones de toneladas, sería
necesario terminar con reservas comprobadas de 80.000 millones de toneladas
(20 veces 4.000). los nuevos descubrimientos durante la segunda década habrían
entonces de llegar a no menos de 70.000 millones de toneladas. Tal cifra ya
parece bastante fantástica. Pero es más, en esa época nosotros habremos usado
alrededor de 45.000 millones de toneladas de los 200.000 millones de toneladas
originales. Los restantes 155.000 millones de toneladas, descubiertos y no
descubiertos, permitirían la continuación de la proporción de consumo de 1980
por menos de 40 años. No es necesario ninguna otra demostración de aritmética
para hacernos comprender que una continuación del crecimiento rápido más allá
de 1980 sería entonces virtualmente imposible.
“Este es el resultado de nuestro “estudio de viabilidad”: si hay algo de
verdad en las estimaciones de las reservas totales de petróleo que han sido
publicadas por los expertos geólogos, no puede haber ninguna duda de que la
industria del petróleo será capaz de sostener su porcentaje de crecimiento por
otros 10 años, pero hay considerables dudas con respecto a la posibilidad de
hacer lo mismo durante 20 años y existe la casi certeza de que no será posible
continuar con un rápido crecimiento después de 1980. En ese año, o aún mejor,
alrededor de esa época, el consumo de petróleo mundial sería más grande que
nunca y las reservas probadas de petróleo, en cantidades absolutas, también
serían las más altas. No se hace ninguna sugerencia en el sentido de que el mundo
habría alcanzado el fin de sus reservas de petróleo, pero sí habría alcanzado el
fin del crecimiento del petróleo. Como un asunto interesante, podría agregar que
este mismo punto parece haberse alcanzado en los Estados Unidos con relación al
gas natural. Ha alcanzado su punto más alto de todos los tiempos, pero la
relación entre la producción actual y las reservas existentes es tal que ahora
puede ser imposible que siga creciendo.
“En lo que respecta a Gran Bretaña, un país altamente industrializado con
un alto porcentaje de consumo de petróleo pero sin provisión interna, la crisis del
petróleo sobrevendrá no cuando todo el petróleo del mundo se haya terminado
sino cuando la provisión de petróleo mundial deje de expandirse. Si este punto se alcanza tal como nuestros cálculos exploratorios sugieren, dentro de uno 20 años,
cuando al industrialización se haya expandido por todo el globo y los países en
desarrollo hayan satisfecho en parte su apetito por un nivel de vida más alto a
pesar de que todavía se encuentren en una pobreza acuciante, ¿cuál podría ser el
resultado sino una intensa lucha por la provisión de petróleo, inclusive una lucha
violenta, en la que cualquier nación con grandes necesidades y producción interna
insignificante se encontrará a sí misma en una situación muy débil?
“Se puede elaborar el cálculo exploratorio si así se desea variando las
suposiciones básicas hasta en un 50 por ciento: encontraremos que los resultados
no llegan a ser significativamente diferentes. Si se quiere ser muy optimista,
puede encontrarse que el punto máximo de crecimiento podría no llegar a
alcanzarse para 1980 sino unos cuantos años más tarde. ¿Qué importa? Nosotros
o nuestros hijos seremos sólo un par de años más viejos”
“Todo esto significa que el Consejo Nacional del Carbón tiene ante sí una
tarea y una responsabilidad sin parangón: ser los cuidadores de las reservas de
carbón de la nación, estar en condiciones de proveer todo el carbón que se necesite cuando sobrevenga la crisis mundial del petróleo. Esto no sería posible
si se le permitiera a la industria o a una parte sustancial de la industria, el ser
liquidada debido a la presente superabundancia y bajo precio del petróleo, una
superabundancia que se debe a toda clase de causas temporales...
“¿Cuál será entonces la situación del carbón en, digamos, 1980? Todos
los indicios son que la demanda de carbón de este país será aún mayor que la que
existe hoy. Habrá todavía mucho petróleo, pero no necesariamente lo suficiente
para satisfacer todas las demandas. Puede haber una crisis mundial debida al
petróleo que se manifestará posiblemente en el reajuste de los precios del
petróleo. Todos debemos esperar que el Consejo Nacional del Carbón estará en
condiciones de conducir a la industria en forma segura a través de los años
dificultosos que quedan por delante, manteniendo tan bien como sea posible su
poder de producir eficientemente algo así como 200 millones de toneladas de
carbón. Aunque a veces puede parecer que utilizar menos carbón y más petróleo
importado fuera más barato, más conveniente para cierto número de usuarios o
para toda la economía, es la perspectiva a largo plazo la que debe dictar la
política nacional de combustible. Y esta perspectiva a largo plazo debe verse
junto con otras magnitudes como el crecimiento de la población y la
industrialización. Las previsiones dicen que para la década de 1980 tendremos
una población mundial por lo menos un tercio más grande de lo que es ahora y un
nivel de producción industrial mundial por lo menos igual a 2,5 veces el actual,
con una duplicación del uso de combustible. Para permitir que el total del
consumo de combustible se duplique será necesario incrementar el petróleo 4
veces, duplicar la energía hidroeléctrica, mantener la producción de gas natural
en por lo menos el presente nivel, obtener una contribución sustancial de energía
nuclear (todavía modesta) y obtener aproximadamente un 20 por ciento más de
carbón. Sin ninguna duda, muchas cosas sucederán durante los próximos 20 años
que nosotros no podemos predecir ahora. Algunas pueden incrementar la
necesidad de carbón y otras pueden disminuirla. La decisión política no puede
estar basada ni en lo imprevisto ni en lo imprevisible. Si basamos las políticas
presentes sobre lo que podemos prever actualmente, será una política de
conservación para la industria del carbón, no de liquidación...”

Esta advertencia y muchas otras expresadas a lo largo de los años 60, no sólo no fueron tomadas en cuenta sino que fueron tratadas con desprecio y soberbia, hasta el temor general por la provisión de combustibles en 1970. Todo nuevo descubrimiento de petróleo o de gas natural, sea en el Sahara, en Holanda, en el Mar del Norte o en Alaska fue saludado como un suceso importante que “cambiaba fundamentalmente todas las perspectivas futuras”, como si el tipo de análisis hecho anteriormente no hubiese ya supuesto que cada año se producirían nuevos y enormes descubrimientos. La crítica principal que puede hacerse hoy del cálculo exploratorio de 1961 es que todas la cifras están algo subestimadas. Los hechos se han precipitado aún más rápido de lo que yo esperaba 10 ó 12 años atrás.
Aunque hoy, los adivinos están todavía trabajando y sugiriendo que no hay ningún problema. Durante los 60, fueron las compañías petroleras las principales dispensadoras de optimistas seguridades, a pesar de que sus cifras no probaban nada. Ahora, cuando la mitad de la capacidad y mucho más de la mitad de las reservas disponibles de las industrias del carbón de la Europa Occidental han sido destruidas, han cambiado el tono. Se acostumbraba a decir que la OPEP (Organización de los Países Exportadores de Petróleo) nunca llegaría a representar nada porque los árabes no se pondrían de acuerdo los unos con los otros, sin considerar sus relaciones con los países no árabes. Hoy es evidente que la OPEP es el más grande cartel que el mundo jamás haya visto. Se solía decir que los países exportadores de petróleo dependían de los países importadores de petróleo de la misma manera que los últimos dependían de los primeros. Hoy es claro que esto se basa nada más que en una expresión de buenos deseos, porque la necesidad de los consumidores de petróleo están grande y su demanda tan rígida que los países exportadores de petróleo, actuando al unísono, pueden en realidad incrementar sus ingresos por el simple mecanismo de disminuir su producción. Todavía hay gente que dice que si los precios del petróleo se elevaran demasiado (cualquiera que sea el significado de esto) el petróleo se colocaría automáticamente fuera del mercado, pero es algo perfectamente obvio que no hay actualmente ningún sustituto del petróleo que pueda tomar su lugar en una escala cuantitativa de real importancia, de modo que el petróleo no puede colocarse a un precio que lo elimine del mercado.
Los países productores e petróleo, mientras tanto, están avanzando a comprender que el dinero solamente no puede construir nuevas fuentes de vida para sus poblaciones. Para construirlas necesitan, además de dinero, inmensos esfuerzos y una gran disponibilidad d tiempo. El petróleo es un “capital de desgaste” y cuanto más rápido se lo permite gastar, más corto es el tiempo disponible para el desarrollo de una nueva base de existencia económica. Las conclusiones son obvias: el interés real a largo plazo para ambos, los países exportadores y los países importadores de petróleo, exige que la “vida útil” del petróleo se prolongue tanto como sea posible. Los primeros necesitan tiempo para desarrollar fuentes alternativas de vida, y los últimos lo necesitan para ajustar sus economías dependientes del petróleo a una situación que ha de surgir dentro de las expectativas de vida de la mayoría de la gente que hoy está viva, cuando el petróleo sea más escaso y mucho más caro. El peligro mayor para ambos es la continuación de un rápido crecimiento de la producción y el consumo del petróleo en todo el mundo. Los desarrollos catastróficos en el frente petrolero podrían ser evitados sólo si la armonía básica de los intereses a largo plazo de ambos grupos de naciones viniera a ser algo totalmente real y una acción concentrada se llevara a cabo para estabilizar y reducir gradualmente el flujo anual de consumo de petróleo.
En lo que respecta a los países importadores de petróleo el problema es obviamente más serio para la Europa Occidental y el Japón. Estas dos áreas están en peligro de convertirse en los “herederos residuales” de las importaciones de petróleo. No hacen falta estudios realizados por computadoras para probar la realidad de este hecho. Hasta hace muy poco, Europa Occidental vivía en la confortable ilusión de que “estamos entrando en la era de la energía ilimitada y barata” y científicos famosos, entre otros, alimentaban esa idea cuando opinaban que en el futuro “la energía vendría a ser como un producto en el mercado”. El Documento Blanco Británico sobre la política de combustibles, editado en noviembre de 1967, decía que:

“El descubrimiento de gas natural en el Mar del Norte es un
acontecimiento importante en la evolución de las disponibilidades de energía en
Gran Bretaña. Sigue muy de cerca a la madurez de la energía nuclear como
fuente de energía potencialmente importante. Estos dos desarrollos juntos
conducirán a cambios fundamentales en el modelo de la demanda y oferta de energía en los próximos años.”

Cinco años más tarde, sólo hay que decir que Gran Bretaña es más dependiente de las importaciones de petróleo que nunca. Un informe presentado a la Secretaría de Estado del Medio Ambiente en febrero de 1972, comienza su capítulo sobre energía con las siguientes palabras:

“Existe una preocupación de fondo revelada por las pruebas que se nos
han remitido respecto al futuro de las fuentes de energía, no sólo para este país sino también para el mundo en su totalidad. Las opiniones varían acerca del
tiempo que ha de pasar antes de que los combustibles fósiles desaparezcan, pero
se reconoce en forma creciente que la vida de los mismos es limitada y que se
impone encontrar alternativas satisfactorias. Las tremendas necesidades
incipientes de los países en desarrollo, los incrementos de población, la
proporción en que algunas fuentes de energía están siendo usadas sin ninguna
aparente precaución en cuanto a sus consecuencias, la creencia de que los futuros
recursos se obtendrán a un costo económico siempre creciente y los riesgos que
la energía nuclear puede traer consigo, son todos factores que contribuyen a una
creciente preocupación.”

Es una pena que la “creciente preocupación” no fuera evidente en los años 60, durante los cuales cerca de la mitad de la industria británica del carbón fue abandonada por “antieconómica” (y una vez abandonada, virtualmente perdida para siempre) y es realmente asombroso que, a pesar de “la creciente preocupación”, haya una constante presión que proviene de las altas esferas de influencias en el sentido de que debe continuarse con la clausura de las minas por razones “económicas”

El uso apropiado de la tierra

7
El Uso
Apropiado
de la Tierra

Entre los recursos materiales el más grande, incuestionablemente, es la tierra. Estudiando cómo usa la tierra una sociedad se puede sacar conclusiones bastantes aproximadas de cómo será el futuro de esa sociedad.
La tierra incluye el suelo y este una inmensas variedad de criaturas vivientes, incluyendo al hombre. En 1955, Tom Dale y Vernon Gell Carter, ambos ecologistas altamente experimentados, publicaron un libro titulado Topsoil and Civilizatión (El Suelo y la Civilización). No puedo hacer nada mejor para los propósitos de este capítulo que citar algunos de los párrafos del comienzo:
“El hombre civilizado casi siempre fue capaz de convertirse en el señor
de su medio ambiente, temporalmente. Sus principales problemas provinieron de
creer que su señorío temporal era permanente. Se creyó ‘el señor del mundo’,
mientras fracasaba en comprender totalmente las leyes de la naturaleza.
“El hombre, sea civilizado o salvaje, es una criatura de la naturaleza (no
es el señor de la naturaleza). Debe conformar sus acciones dentro de ciertas leyes
naturales, usualmente destruye el medio ambiente natural que le sostiene. Y
cuando ese medio ambiente en el que él vive se deteriora rápidamente la
civilización declina.
“Alguien ha dado una breve descripción de la historia diciendo que ‘el
hombre civilizado ha cruzado la superficie de la tierra y dejado un desierto tras
sus huellas’. Esta afirmación puede de alguna manera ser una exageración, pero
no deja de tener cierto fundamento. El hombre civilizado ha maltratado la mayoría
de las tierras en las cuales ha vivido. Esta es la principal razón por la cual las
sucesivas civilizaciones se han mudado de un lado a otro. También ha sido la
causa principal del declinar de las civilizaciones en las regiones de más antiguo
asentamientos. Ha sido el factor dominante en determinar todas las tendencias de
la historia.
“Los historiadores muy pocas veces han notado la importancia que tiene el
uso de la tierra. Parecen no haber advertido que los destinos de muchos imperios
y civilizaciones del hombre fueron determinados ampliamente por la manera en
que la tierra fue usada. Mientras reconocen la influencia del medio ambiente en la
historia, no se dan cuenta que el hombre generalmente cambió o destruyó su
medio ambiente.
“¿Cómo es que los hombres civilizados destruyeron un medio ambiente favorable? Lo hicieron principalmente al agotar o destruir los recursos naturales.
Cortaron o quemaron la mayor parte de las madera proveniente de los bosques y
de los valles. Plantaron pastos en exceso y después arrasaron totalmente los
campos donde pastoreaban su ganado. Mataron la mayor parte de la vida salvaje y
muchos peces y otras formas de vida acuática. Permitieron que la erosión robase
de su tierra arable la capa productiva del suelo y que el suelo erosionado
bloquease los cursos de agua y llenase con sedimentos sus depósitos, canales de
irrigación y puertos. En muchos casos, gastaron la mayor parte de los metales
fácilmente obtenibles e hicieron lo mismo con otros minerales. Entonces la
civilización declinó en medio de la destrucción producida por el hombre, o bien
éste emigró a nuevas tierras. Ha habido entre diez y treinta civilizaciones
diferentes (el número depende de quien clasifique las civilizaciones) que han
seguido este camino hacia la ruina” (1).

El “problema ecológico” no es tan nuevo como frecuentemente se le hace aparecer. Aún así, hay dos diferencias decisivas: la tierra está ahora mucho más densamente poblada de lo que estuvo en los tiempo primitivos y no hay, generalmente hablando, nuevas tierras a dónde mudarse. Además la tasa de movilidad se ha acelerado enormemente, sobre todo durante el último cuarto de siglo.
De cualquier manera, todavía es una creencia dominante que con independencia de lo que haya pasado con las civilizaciones primitivas, nuestra propia civilización, la civilización occidental, se ha emancipado de la dependencia de la naturaleza. Una voz representativa es la de Eugene Rabinowitch, editor jefe del Boletín de los Científicos Atómicos.
“Los únicos animales”, dice (en The Times, 29 de abril de 1972), “cuya
desaparición puede amenazar la viabilidad biológica del hombre sobre la tierra,
son las bacterias que normalmente habitan nuestro cuerpo. ¡Por lo demás, no hay
ninguna prueba convincente de que la humanidad no pudiese sobrevivir aún como
la única especie animal de la tierra! Si se pudieran desarrollar métodos
económicos para sintetizar comida partiendo de materia prima inorgánica (lo que
es muy fácil que suceda tarde o temprano) el hombre bien puede inclusive
independizarse de las plantas, de las cuales depende como fuente de
alimentación...
“Personalmente (y supongo que sucede lo mismo con la inmensa mayoría
de la humanidad) yo temblarían ante la idea de un hábitat sin animales ni plantas.
Y sin embargo, millones de habitantes de ‘ciudades junglas’ como Nueva York,
Chicago, Londres o Tokio han crecido y pasado toda su vida en un hábitat
prácticamente ‘azoico’ (dejando a un lado las ratas, los ratones, las cucarachas y
otras especies dañinas) y han sobrevivido”.

Eugene Rabinowitch obviamente considera que lo arriba expuesto es una declaración “racionalmente justificable”. Él deplora que muchas cosas racionalmente injustificables se hayan escrito en los años recientes (algunas por científicos de mucha reputación) acerca de lo sagrado de los sistemas de ecología natural, su inherente estabilidad y el peligro de toda interferencia humana sobre ellos.
¿Qué es “racional” y qué es sagrado? ¿Es el hombre el señor de la naturaleza o su criatura? Si el sintetizar comida de materia inorgánica llega a ser “económico” (“algo que es muy fácil que suceda tarde o temprano”), si llegamos a ser independientes de las plantas, la conexión con el suelo y la civilización se romperá. ¿Sucederá esto realmente? Estas preguntas sugieren que “el adecuado uso de la tierra” nos enfrenta con un problema que no es de naturaleza técnica o económica, sino principalmente de naturaleza metafísica. El problema, obviamente, pertenece a un nivel más alto de pensamiento que el representado por las dos últimas citas.
Siempre hay algunas cosas que las hacemos por amor a ellas mismas y hay otras cosas que las hacemos por algún otro fin. Una de las tareas más importantes para cualquier sociedad es distinguir entre los fines y los medios para los fines, tener un punto de vista coherente y el acuerdo correspondiente acerca de esto. ¿Es la tierra meramente un medio de producción o es algo más, algo que es un fin en sí mismo? Y cuando digo “tierra”, incluyo las criaturas que hay en ella.
Cualquier cosa que hacemos por el gusto de hacerlas solamente no se presta a ningún cálculo utilitario. Por ejemplo, la mayoría de nosotros tratamos e mantenernos razonablemente limpios. ¿Por qué? ¿Simplemente por razones higiénicas? No, el aspecto higiénico es secundario, reconocemos que la limpieza es un valor en sí mismo. Nosotros no calculamos su valor, el cálculo económico no entra en este asunto. Podría argumentarse que lavarse es antieconómico: consume tiempo, cuesta dinero y no produce nada (excepto la limpieza) hay muchas actividades que son totalmente antieconómicas pero que se realizan por amor a ellas mismas. Los economistas tienen una manera muy fácil de tratarla: dividen todas las actividades humanas entre “la producción” y “el consumo”. Todas las cosas que hacemos como “producción” están sujetas al cálculo económico y todas las cosas que hacemos como “consumo” no lo están. Sin embargo, la vida real es contraria a tales clasificaciones, porque el hombre como productor y el hombre como consumidor es de hecho el mismo hombre, que está siempre produciendo y consumiendo al mismo tiempo. Un trabajador, inclusive, en su fábrica consume ciertas “comodidades”, a las que uno se refiere comúnmente como “condiciones de trabajo”, y cuando las “comodidades” provistas son insuficientes no puede seguir con su trabajo (o se niega a hacerlo). También se podría decir del hombre que consume agua y jabón que está produciendo limpieza.
Nosotros producimos para hacer frente a ciertas comodidades como “consumidores”. No obstante, si alguno pidiera estas mismas comodidades mientras está ocupado en la “producción”, le dirían que es antieconómico, que es ineficiente y que la sociedad no podría hacer frente a tal ineficiencia. En otras palabras, todo depende de la distinción entre hacerlo como hombre que produce o como hombre que consume. Si el hombre que produce viaja en primera clase o usa un auto lujoso, a esto se le llama un desperdicio de dinero. Pero si el mismo hombre en su otra encarnación de hombre que consume hace lo mismo, a esto se le llama un signo de alto nivel de vida.
En ninguna parte esta dicotomía es tan notable como en relación con el uso de la tierra. Al granjero se le considera simplemente como un productor que debe disminuir sus costes e incrementar su eficiencia por cualquier medio posible, inclusive si haciéndolo destruye (para el hombre que consume) el estado del suelo o la belleza del paisaje, y aun si el efecto final es la despoblación del campo y la superpoblación de las ciudades. Hay granjeros en gran escala, horticultores, productores de alimentos y fruticultores hoy en día que jamás pensarían en consumir sus propios productos. “Afortunadamente”, dicen, “tenemos suficiente dinero como para comprar productos que han sido cultivados en forma orgánica sin el uso de venenos”. Cuando se les pregunta por qué ellos mismo no siguen esos métodos orgánicos y evitan el uso de sustancias venenosas, responden que no están en condiciones de hacer tal cosa. Lo que el hombre que produce está en condiciones de hacer es una cosa, lo que el hombre como consumidor puede hacer es algo completamente distinto. Pero como los dos son la misma persona, la cuestión de qué hombre (o sociedad) puede realmente hacerlo da lugar a una interminable confusión.
No hay ninguna escapatoria a esta confusión en tanto y en cuanto la tierra y sus criaturas sólo son consideradas como “factores de producción”. Obviamente, ellos son factores de producción, que es lo mismo que decir medios para fines, pero esto es su naturaleza secundaria, no su naturaleza primaria. Antes que ninguna otra cosa son fines en sí mismos, son meta-económicos y es racionalmente justificable decir, como una declaración de principios, que en cierto sentido son sagrados. El hombre no los ha hecho y es irracional que trate las cosas que no ha hecho, que no puede hacer y que no podrá recrear una vez que se haya extinguido de la misma manera y con el mismo espíritu que trata las cosas que produce.
Los animales superiores tienen un valor económico por su utilidad, pero tienen un valor meta-económico por sí mismo. Si yo tengo un auto, que es una cosa hecha por el hombre, podría legítimamente proponer que la mejor manera de usarlos es no preocuparse jamas acerca de su mantenimiento y utilizarlo hasta que se estropee. Yo podría hacer calculado que éste es el método más económico, y si mi cálculo es correcto nadie puede criticarme por actuar consecuentemente, porque no hay nada sagrado acerca de un objeto hecho por el hombre, como un auto. Pero si yo tengo un animal, supongamos un ternero o una gallina, una criatura viva, ¿se me permite a mí tratarlos como si fueran sólo algo útil? ¿Puedo usarlos hasta acabar con ellos?
De nada sirve tratar de responder tales preguntas de forma científica. Son preguntas metafísicas, no científicas. Es un error metafísico, que puede fácilmente producir las consecuencias prácticas más , el equiparar “auto” y “animal”, teniendo en cuenta su utilidad y, al mismo tiempo, no reconocer la diferencia más fundamental entre ellos, la del “nivel del ser”. Una era irreligiosa ,ira con alegre diversión los principios sagrados con los que la religión ayudó a nuestros antepasados a apreciar las verdades metafísicas. “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto del Edén”, no para estar descansando, sino “para que lo labrara y lo guardase”. Y también dijo Dios al hombre “llenad la tierra y sojuzgadla y señoread sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. Cuando Él hubo hecho “animales de la tierra según su género y ganado según su género y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie”, él vio que era “bueno”. Cuando Él vio todo lo que había hecho, la biosfera entera, como hoy la llamamos, “he aquí, que era bueno en gran manera”. Al hombre, la más alta de las criaturas, le fue dado el “dominio”, no el derecho a tiranizar. Arruinar y exterminar. No tiene sentido hablar de la dignidad del hombre sin aceptar que noblesse oblige. Siempre se ha considerado por todas las tradiciones, una cosa horrible e infinitamente peligrosa que el hombre se ponga a sí mismo en una relación equivocada con los animales, particularmente con aquellos que él ha domesticado. No ha habido ningún sabio u hombre santo en nuestra historia o en la de ninguna otra sociedad que fuera cruel con los animales o que los considerara sólo como cosas útiles , y son innumerables las leyendas y las historia que vinculan la santidad y la felicidad con una consideración cariñosa hacia las criaturas inferiores.
Es interesante subrayar que al hombre moderno, en nombre de la ciencia, se le dice que no es nada más que un mono desnudo o una combinación accidental de átomos. “Ahora podemos definir al hombre”, dice el profesor Joshua Lederberg. “Desde el punto de vista genético, por lo menos, tiene un metro ochenta centímetros de una secuencia molecular bastante singular compuesta de átomos de carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y fósforo” (2). Así como el hombre moderno piensa tan “humildemente” de sí mismo, piensa más “humildemente” de los animales que le sirven para sus necesidades y los trata como si fueran máquinas. Otra gente, menos sofisticada (¿menos depravada?) adopta una actitud diferente. Tal como H. Fieldin Hall informa desde Birmania:
“Para él (el birmano) los hombres son hombres, los animales son animales y los hombres son muy superiores. Pero él no deduce de esto que la superioridad
del hombre le dé permiso para maltratar o matar a los animales. Es justamente lo
opuesto. Porque el hombre es superior al animal puede y debe observar hacia los
animales el más grande de los cuidados, sentir por ellos la más grande de las
compasiones, ser bueno para con ellos en toda forma posible. El lema del
birmano debiera ser noblesse oblige. Él conoce su significado aunque no conozca
las palabras” (3).

En los Proverbios leemos que el hombre justo tiene cuidado de los animales, pero que el corazón del perverso no tiene misericordia, y Santo Tomás de Aquino escribió: “Es evidente que si un hombre practica un cariño compasivo por los animales ha de estar más preparado aún para sentir compasión por su prójimo”. Nadie jamás formuló la pregunta de si podemos permitirnos vivir de acuerdo con estas convicciones. A nivel de valores, de fines en sí mismos, estos conceptos no son en absoluto relevantes.
Lo que se aplica a los animales que están sobre la tierra también se aplica, igualmente, y sin ninguna sospecha de sentimentalismo, a la tierra misma. A pesar de que la ignorancia y la codicia han destruido una y otra vez la fertilidad del suelo, hasta tal punto que civilizaciones enteras sucumbieron, no ha habido nunca ninguna enseñanza tradicional que no reconociera el valor meta-económico y el significado de “la tierra generosa”. Y donde quiera que se aceptaron estas enseñanzas no sólo la agricultura, sino también todos los aspectos de la civilización experimentaron un desarrollo sano y pleno. De igual manera, donde la gente creyó que no podría “permitirse” cuidar el suelo y trabajar con la naturaleza en lugar de hacerlo en contra de la naturaleza, el empobrecimiento del suelo se ha difundido invariablemente a todos los otros aspectos de la civilización.
En nuestra época el principal peligro en relación con el suelo, y por extensión con la agricultura y la civilización en su conjunto, se origina en la decisión del hombre de la ciudad de aplicar los principios de la industria a la agricultura. No se podría encontrar un representante más típico de esta tendencia que el Dr. Sicco L. Mansholt, quien como Vicepresidente de la Comunidad Económica Europea, lanzó el Plan Mansholt para la agricultura europea. El cree que los agricultores son “un grupo que todavía no ha entendido los rápidos cambios de la sociedad”. La mayoría debería abandonar la agricultura y convertirse en obreros industriales en las ciudades, porque “los obreros de fábricas, los obreros de la construcción y los que trabajan en puestos administrativos tienen una semana de cinco días y dos semanas de vacaciones anuales. Dentro de poco tiempo podrán obtener una semana de cuatro días y cuatro semanas de vacaciones al año. El granjero está condenado a trabajar siete días a la semana porque la vaca de cinco días a la semana todavía no ha sido inventada y, por otra parte, no tiene vacaciones en absoluto”.(4). El Plan Mansholt, en consecuencia, está pensado para lograr tan pronto como humanamente sea posible la concentración de muchas familias de pequeños granjeros en unidades agrícolas más grandes dirigidas como si fueran fábricas, así como el máximo porcentaje de reducción en la población agrícola de la comunidad. Se deberá ayudar “para capacitar a los viejos agricultores tanto como a los jóvenes para abandonar la agricultura”. (5)
En la discusión del Plan Mansholt la agricultura se toma generalmente como una de las “industrias” de Europa. El problema con respecto a la agricultura es si, en realidad, podemos considerarla como una industria o si es algo esencialmente diferente. No es sorprendente, dado que ésta es una pregunta metafísica (o meta-económica) que jamás haya sido formulada por los economistas.
Ahora bien, el “principio” fundamental de la agricultura es que trata con la vida, es decir, con sustancias vivas. Sus productos son el resultado de los procesos de la vida y su medio de producción es el suelo viviente. Un centímetro cúbico de suelo fértil contiene millares de organismos vivos cuya explotación total está muy por encima de la capacidad del hombre. El ideal de la industria es la eliminación de sustancias vivas; las materias hechas por el hombre son preferibles a las naturales, porque nosotros podemos hacerlas a medida y aplicar un control de calidad perfecto. Las máquinas hechas por el hombre trabajan con más precisión y se las puede programar, cosa que no es posible hacer con las sustancias vivas como el hombre. El ideal de la industria es eliminar el factor vivo, incluyendo el factor humano y transferir el proceso productivo a las máquinas. Alfred North Withehead definió la vida como “una ofensiva dirigida en contra del mecanismo repetitivo del universo”, así que podríamos definir a la moderna industria como “una ofensiva en contra de las características de impredicción, impuntualidad indocilidad y “caprichos” de la naturaleza viva, incluyendo al hombre”.
En otras palabras, no puede haber ninguna duda que los “principios” fundamentales de la agricultura y de la industria, lejos de ser compatibles el uno con el otro, están en contradicción. La vida real consiste en las tensiones producidas por la incompatibilidad de los contrarios, cada uno de los cuales es necesario , y así como la vida no tendría significado alguno sin la muerte, la agricultura no tendría ningún significado sin la industria. Sigue siendo verdad, sin embargo que la agricultura es lo más importante mientras que la industria es lo secundario, lo que significa que la vida humana puede continuar sin la industria mientras que no podría hacerlo sin la agricultura. La vida humana civilizada, sin embargo, exige el equilibrio de los dos principios y este equilibrio se destruye irremisiblemente cuando la gente no sabe apreciar la diferencia esencial entre la agricultura y la industria, una diferencia tan grande como la que existe entre la vida y la muerte, y pretende tratar a la agricultura como si fuera una industria.
El argumento es, por supuesto, muy familiar. Fue expuesto por un grupo de expertos de fama internacional en Un Futuro para la Agricultura Europea:

“Las distintas partes del mundo poseen ventajas muy diferentes para la
producción de productos particulares, dependiendo de las diferencias de clima, la
calidad del suelo y el costo de la mano de obra. Todos los países se beneficiarían
si hubiese una división del trabajo que les permitiera concentrar la producción en
aquellas operaciones agrícolas que son las más productivas. Esto daría como
resultado un ingreso más alto para la agricultura y costes menores para la
economía total, particularmente para la industria. No se puede encontrar ninguna
justificación fundamental para la protección de la agricultura”(6).

Si esto fuera así sería totalmente incomprensible que el proteccionismo de la agricultura a través de la historia haya sido la regla antes que la excepción. ¿Por qué la mayoría de los países, la mayor parte del tiempo, no han demostrado interés en beneficiarse de estas espléndidas ventajas mediante una simple norma legal? Precisamente porque en las “operaciones agrícolas” existen otras implicaciones que no se dan en la producción de ingresos y en la reducción de costos: una relación integral entre el hombre y la naturaleza, un estilo de vida total de la sociedad, la salud, la felicidad y la armonía del hombre, así como la belleza de su hábitat. Si todas estas cosas se dejan aparte en las consideraciones de los expertos, se olvida al hombre mismo, aunque traten de incluirlo después excusándose porque la comunidad deba pagar las “consecuencias sociales” de sus políticas. El Plan Mansholt, dicen los expertos, “representa una audaz iniciativa. Se basa en la aceptación de un principio fundamental: el ingreso agrícola sólo puede ser mantenido si la reducción de la población agrícola se acelera y si las granjas alcanzan rápidamente un tamaño económicamente viable “(7). Y en otra parte: “La agricultura, en Europa al menos, está dirigida esencialmente hacia la producción de alimentos, y es bien sabido que la demanda de alimentos se incrementa relativamente despacio en relación a los incrementos de salario real. Esta es la razón por la que los salarios en la agricultura crecen más despacio que los salarios percibidos en la industria; sólo es posible mantener la misma tasa de crecimiento de los salarios per capita si hay un adecuado porcentaje de disminución del número de ocupados en la agricultura”...(8). “Las conclusiones parecen inevitables : bajo las circunstancias normales en los países adelantados, la sociedad sería capaz de satisfacer sus propias necesidades con sólo una tercera parte del número actual de agricultores”(9).
Si adoptamos, como hacen los expertos, la posición metafísica del más crudo materialismo, ninguna crítica seria podría hacerse a estas declaraciones en las que los costes y los ingresos en dinero son los criterios y determinantes últimos de la acción humana, y el mundo viviente no tiene otro significado que el de ser una cantera pura para la explotación.
Desde el punto de vista más amplio, sin embargo, la tierra se considera como un capital inapreciable y es la tarea y la felicidad del hombre “labrarla y cuidarla”. Podemos decir que la administración de la tierra por el hombre debe ser orientada principalmente hacia tres metas: salud, belleza y permanencia. La cuarta meta, la única aceptada por los expertos, la productividad, se obtendrá casi como un subproducto . el punto de vista del materialismo vulgar ve a la agricultura como “esencialmente dirigida hacia la producción de alimentos”. Un punto de vista más amplio ve a la agricultura cumpliendo al menos tres tareas:
- mantener al hombre en contacto con la naturaleza viva, de la que constituye una
parte muy vulnerable;
- humanizar y ennoblecer el hábitat del hombre, y
- hacer posible la existencia de alimentos y otros materiales que son necesarios
para el sustento de la vida.

No creo que una civilización que reconoce sólo la tercera partir de estas tareas y que la persigue con tanta desconsideración y violencia que no sólo olvida las otras dos, sino que sistemáticamente las ataca, tenga alguna posibilidad de sobrevivir por largo tiempo.
Actualmente, nos enorgullecemos del hecho de que la proporción de gente ocupada en la agricultura ha descendido a muy bajos niveles y continúa cayendo. Gran Bretaña produce alrededor del 60 por 100 de sus necesidades comestibles con sólo un 3 por 100 de su población activa empleada en la agricultura. En los Estados Unidos había un 27 por 100 de los trabajadores de la nación ocupados en la agricultura a fines de la primera guerra mundial, el 14 por 100 a fines de la segunda guerra mundial, y según las estimaciones del año 1971, sólo el 4,4 por 100. Este descenso en la población de los trabajadores ocupados en la agricultura está asociado, en la mayoría de los casos, con una despoblación masiva del campo y un crecimiento de las ciudades. Al mismo tiempo, sin embargo, para citar a Lewis Herber(*):
“La vida metropolitana se está destruyendo, psicológica, económica y
biológicamente. Millones de personas han reconocido esta destrucción, han
juntado sus pertenencias y se han ido. Si no han sido capaces de romper sus
conexiones con la metrópolis, por lo menos lo han intentado. Como un síntoma
social, su esfuerzo es significativo”(10).

En las grandes ciudades modernas, dice el Dr. Herber, el habitante de la ciudad está más aislado que sus antepasados en el campo. “El hombre de la ciudad, en una moderna metrópoli, ha alcanzado un grado de anonimato, atomización social y aislamiento espiritual que no tiene ningún precedente en la historia humana”(11).
¿Entonces qué es lo que hace? Trata de irse a vivir lejos del centro y se transforma en una persona que viaja todos los días al trabajo (“commuter”). Como la cultura rural se ha destruido, la gente del campo está huyendo de la tierra, y como la vida metropolitana se está destruyendo, la gente huye de las ciudades. “Nadie -de acuerdo con Mansholt- puede permitirse el lujo de no actuar económicamente”(12), con el resultado de que en todas partes la vida tiende a ser algo intolerable para todos, excepto para los muy ricos.
Estoy de acuerdo con lo que el Sr. Herbert afirma cuando dice que “la reconciliación del hombre con el mundo natural no sólo es deseable, sino que se ha convertido en una necesidad”. Y esto es algo que no puede alcanzarse con el turismo, las visitas de monumentos u otras actividades, sino sólo cambiando la estructura de la agricultura en la dirección exactamente opuesta a la propuesta por el Dr. Mansholt y apoyada por loe expertos citados antes. En lugar de buscar los medios para la aceleración del abandono de la agricultura, debiéramos buscar las políticas necesarias para la reconstrucción de la cultura rural, facilitar la tierra para la ocupación plena de una mayor cantidad de gente, con una dedicación total o parcial y orientar todas nuestras acciones con respecto a la tierra apuntando a la trilogía ideal de salud, belleza y permanencia.
La estructura social de la agricultura se debe a una mecanización en gran escala y un uso exagerado de productos químicos que hace prácticamente imposible que el hombre se mantenga en contacto real con la naturaleza viviente. En realidad, esto es lo que apoya las tendencias modernas más peligrosas de violencia, alienación y destrucción del medio ambiente. La salud, la belleza y la permanencia son consideradas como temas poco respetables para ser discutidos y esto no es sino otro ejemplo de la falta de consideración por los valores humanos (lo que significa una falta de consideración por el hombre mismo) que inevitablemente es consecuencia de la idolatría del economicismo.
Si la “belleza es el esplendor de la verdad”, la agricultura no puede cumplir su segundo cometido, que es humanizar y ennoblecer el hábitat del hombre, a menos que se ciña fiel y constantemente a las verdades reveladas por los procesos de la naturaleza viva. Una de ellas es la ley del retorno, otra la diversificación (en oposición a toda suerte de monocultivo), otra la descentralización, para que puedan aprovecharse recursos inferiores que no sería racional transportar a largas distancias. Aquí de nuevo, la tendencia de las cosas y el consejo de los expertos está en la dirección exactamente opuesta; se orienta hacia la industrialización y la despersonalización de la agricultura, hacia la concentración, la especialización y todo tipo de despilfarro material que prometa ahorrar trabajo. Como resultado, el habitat humano, lejos de humanizarse y ennoblecerse por las actividades agrícolas del hombre, se convierte en un lugar de aburrimiento o se degrada hasta la fealdad.
Todo esto ocurre porque el hombre, como productor, no está en condiciones de hacer frente al “lujo de no actuar económicamente”, y no puede producir aquellos “lujos” que son tan necesarios como la salud, la belleza y la permanencia, aquéllos que el hombre consumidor desea por encima de cualquier otra cosa. El coste sería demasiado elevado y cuanto más rico fuéramos menos podríamos “estar en condiciones de hacerle frente”. Los expertos arriba mencionados calculan que la “carga” de las subvenciones agrícolas dentro de la Comunidad de los Seis represente “aproximadamente el 3 por 100 del Producto Nacional Bruto”, una cifra que ellos consideran está “lejos de ser insignificante”. Con un crecimiento anual de más del 3 por 100 del Producto Nacional Bruto, se podría imaginar que tal “carga” se soportaría sin ninguna dificultad. Pero los expertos apuntan el hecho de que “los recursos nacionales están ampliamente comprometidos para el consumo personal , la inversión y los servicios públicos. Usando una proporción tan grande de recursos para apuntalar empresas no rentables, sea en la agricultura o en la industria, la Comunidad elimina la posibilidad de llevar a cabo... las mejoras necesarias”(13) en los otros campos.
Nada podría estar más claro. Si la agricultura no rinde beneficios es sólo una “empresa no rentable”. ¿Para qué apuntalarla? No existen “las mejoras necesarias” en relación a la tierra sino sólo en relación a los ingresos de los agricultores, y quilos podrían realizase si hubiesen menos agricultores. Esta es la filosofía del hombre de la ciudad, marginado de la naturaleza viva, quien impone su propia escala de prioridades, argumentando en términos económicos que no “podemos permitirnos” hacernos cargo de ninguna otra. En realidad, cualquier sociedad puede permitirse cuidar su propia tierra y mantenerla con salud y belleza perpetuamente. Las dificultades técnicas no existen y no hay una importante falta de conocimientos. No hay necesidad de consultar a los expertos económicos cuando las cuestiones son cuestiones de prioridad. Sabemos demasiado acerca d la ecología hoy día para no tener excusas por los muchos abusos que están ocurriendo en el cuidado de la tierra y de los animales, en el almacenamiento de alimentos y en su elaboración y en una urbanización imprudente. No es por nuestra pobreza por lo que permitimos esos abusos, como si no pudiéramos impedirlos. Se debe al hecho de que, como comunidad, no tenemos una creencia firme en ningún valor meta-económico, y cuando no hay tal creencia se impone el cálculo económico. Esto es totalmente inevitable. ¿Cómo podría ser de otra manera? Se ha dicho que la naturaleza aborrece el vacío, y cuando el “espacio espiritual” disponible no se llena con alguna motivación superior se hará necesariamente con algo inferior, con la actitud pequeña, mezquina y calculadora de la vida que se racionaliza con el cálculo económico.
No tengo ninguna duda de que la actitud despiadada con la tierra y los animales tiene relación y es un síntoma de una gran cantidad de actitudes, tales como las producidas por un fanatismo por los cambios rápidos y una fascinación por las novedades (técnicas, organizativas, químicas, biológicas, etcétera), que insisten en su aplicación mucho antes de que las consecuencias a largo plazo se hayan conocido ni siquiera remotamente. Nuestra forma de vida está implicada en la simple cuestión de cómo tratamos la tierra, que es, después de la gente, nuestro más preciado recurso. Antes de que las políticas que tienen que ver con la tierra realmente cambien, tendrá que haber un gran cambio filosófico, por no decir religioso. No es un problema de qué es lo que podemos permitirnos afrontar, sino más bien qué es lo que elegimos para invertir nuestro dinero. Si pudiéramos retornar a un reconocimiento generoso de los valores meta-económicos, nuestros paisajes volverían a ser saludables y hermosos, y nuestra gente recobraría la dignidad del hombre que se sabe superior al animal, pero jamás olvida que noblesse oblige.

Parte II: Recursos: El mayor recurso LA EDUCACION

Parte II

RECURSOS



6
El Mayor
Recurso:
La Educación

A lo largo de la historia y virtualmente en todas las partes de la tierra los hombres han vivido, se han multiplicado y han creado alguna forma de subsistencia y algo que compartir. Las civilizaciones se han construido, han florecido y, en la mayoría de los casos, han declinado y perecido. Este no es el lugar apropiado para discutir porqué han perecido, pero podemos afirmar que debe haber habido alguna falta de recursos. En la mayoría de los casos nuevas civilizaciones surgieron sobre el mismo terreno, lo que sería bastante incomprensible, si sólo hubieran sido los recursos materiales los que hubiesen fallado. ¿Cómo podrían haberse reconstruido esos recursos por sí mismos?
Toda la historia (como toda la experiencia) apunta al hecho de que es el hombre y no la naturaleza quien proporciona los recursos primarios, que el factor clave de todo desarrollo económico proviene de la mente del hombre. De repente, hay una explosión de coraje, de iniciativa, de invención, de actividad constructiva, no en un solo campo, sino en muchos campos a la misma vez. Puede ser que nadie esté en condiciones de decir de dónde proviene originariamente, pero si podemos ver cómo se mantiene y se refuerza a sí mismo a través de la educación. En un sentido muy real, por lo tanto, podemos decir que la educación es el más vital de los recursos.
Si la civilización occidental está en un estado de permanente crisis, no es nada antojadizo sugerir que podría haber algo equivocado en su educación. Ninguna civilización, estoy seguro, ha dedicado más energía y recursos para la educación organizada, y aunque no creyéramos absolutamente en nada, sí creemos que la educación es, o debiera ser, la llave de todas las cosas. En realidad, la fe en la educación es tan fuerte que la consideramos como la destinataria residual de todos nuestros problemas. Si la era nuclear acarrea nuevos peligros, si el avance de la ingeniería genética abre las puertas a nuevos abusos, si el consumismo trae consigo nuevas tentaciones, la respuesta debe ser más y mejor educación. La forma moderna de vida está convirtiéndose en algo cada vez más complejo y esto significa que todos deben obtener una educación más elevada. “Para 1984 -se ha dicho recientemente- será de esperar que para el común de los hombre no sea un motivo de embarazo, el usar una tabla de logaritmos, los conceptos elementales del cálculo, y el uso de palabras tales como electrón, coulomb y voltio. Aún más, entonces será capaz de utilizar no sólo una pluma, un lápiz y una regla, sino también una cinta magnética, una válvula y el transistor. El mejoramiento de las comunicaciones entre los individuos y los grupos depende de ello.” Por encima de todo, se diría que la situación internacional reclama esfuerzos educacionales prodigiosos. La declaración clásica sobre este tema fue pronunciada por Sir Charles (ahora Lord) Snow en su “Rede Lecture” (*) hace algunos años: “Decir que debemos educarnos o morir es un poco más melodramático de los justificado por los hechos. Decir que debemos educarnos o de lo contrario observar un declive pronunciado en nuestra vida está más cerca de lo correcto”. De acuerdo con Lord Snow, a los rusos les va mejor que a ningún otro y “tendrán una clara ventaja, a menos que los americanos y nosotros nos eduquemos con cordura e imaginación”.
Como se recordará, Lord Snow habló acerca de “Las Dos Culturas y la Revolución Científica” y expresó su preocupación de que la vida intelectual de la sociedad occidental como un todo se está dividiendo cada vez más en dos grupos polarizados... En un polo tenemos los intelectuales literarios..., y en el otro los científicos”. Deplora el “vacío de comprensión mutua” entre estos dos grupos y desea tender un puente entre ambos. Es evidente la forma como piensa que esta operación debería hacerse; los objetivos de su política educacional serían, en primer lugar, tener tantos “científicos de primera fila como el país pueda producir”; segundo, entrenar “un estrato más grande de profesionales de primera” para hacer la investigación de apoyo, el diseño y desarrollo posterior; tercero, entrenar “miles y miles” de otros científicos e ingenieros; y finalmente, entrenar “políticos, administradores, una comunidad entera, que tenga suficientes conocimientos científicos como para saber de qué están hablando los hombres de ciencia”. Si este cuarto y último grupo puede por menos ser educado lo suficiente como para “tener una idea” de aquello sobre lo que la gente que cuenta, los científicos y los ingenieros, están hablando, Lord Snow parece sugerir que el vacío de incomprensión mutua entre las “dos culturas” puede salvarse.
Estas ideas sobre educación, que son sin duda poco representativas de nuestro tiempo, lo dejan a uno con la incómoda sensación de que la gente común, incluyendo a los políticos, administradores, etc., no sirven para gran cosa, no han alcanzado el nivel requerido. Pero, por lo menos, deberían estar lo suficientemente educados como para tener una idea de lo que está ocurriendo, para saber qué es lo que los científicos quieren decir cuando hablan, para citar un ejemplo de Lord Snow, acerca de la Segunda Ley de la Termodinámica. Es una sensación bastante incómoda porque los científicos nunca se cansan de decirnos que los frutos de sus trabajos son “neutrales”, si enriquecen o destruyen a la humanidad depende de cómo son usados. ¿Y quién es el que decide cómo han de ser usados? No hay nada en la formación de los científicos e ingenieros que les permita tomar tales decisiones, y además, ¿en qué quedaría la neutralidad de la ciencia?
Si tanta confianza se pone hoy en el poder de la educación para capacitar a la gente común para hacer frente a los problemas planteados por el progreso científico y tecnológico, debe haber algo más en la educación que lo sugerido por Lord Snow. La ciencia y la ingeniería producen “el saber cómo”, pero “el saber cómo” no es nada en sí mismo, es un medio sin un fin, una mera potencialidad, una frase inconclusa. “El saber cómo” nos es una cultura como un piano no es música. ¿Puede la educación ayudarnos a completar la frase, transformar la potencialidad en una realidad que beneficie al hombre?
Para hacer eso, la tarea de la educación sería, primero y antes que nada, la transmisión de criterios de valor, de qué hacer con nuestras vidas. Sin duda también hay necesidad de transmitir “el saber cómo”, pero esto debe estar en un segundo plano, porque obviamente es bastante estúpido poner grandes poderes en manos de la gente, sin asegurarse primero que tengan una idea razonable de qué es lo que van a hacer con ellos. En el momento presente hay muy pocas dudas de que toda la humanidad está en peligro mortal, no porque carezcamos de conocimientos científicos y tecnológicos, sino porque tendemos a usarlos destructivamente, sin sabiduría. Más educación puede ayudarnos sólo si produce más sabiduría.
La esencia de la educación, como se ha dicho, es la transmisión de valores, pero los valores no nos ayudan a elegir nuestro camino en la vida salvo que ellos hayan llegado a ser parte nuestra, una parte por así decirlo de nuestra conformación mental. Esto significa que esos valores son más que mera fórmulas o afirmaciones dogmáticas. Nosotros pensamos y sentimos con ellos, son el verdadero instrumento a través de los cuales observamos, interpretamos y experimentamos el mundo. Cuando nosotros pensamos no estamos pensando solamente, estamos pensando con ideas. Nuestra mente no es un vacío, una tabla rasa. Cuando comenzamos a pensar podemos hacerlo sólo porque nuestra mente está ya llena de todo tipo de ideas con las que pensar. A través de toda nuestra adolescencia y juventud, ante de que la mente consciente y crítica comience a actuar como si fuera un censor y un guardián, las ideas se filtran dentro de nuestra mente como un ejército multitudinario. Estos años son, podría decirse, un período de obscurantismo durante el cual no somos otra cosa que herederos; sólo en los años posteriores podremos gradualmente aprender a identificar cuál es nuestra herencia.
Primero de todo está el lenguaje. Cada palabra es una idea. Si el lenguaje que penetra dentro de nosotros durante el oscurantismo es inglés, nuestra mente está entonces provista de una serie de ideas que son significativamente diferentes de aquellas representadas por el chino, ruso, alemán o aún norteamericano. Después de las palabras están las reglas de cómo ponerlas juntas, la gramática, otro conjunto de ideas, cuyo estudio ha fascinado a algunos modernos filósofos hasta tal punto que pensaron que podrían reducir toda la filosofía a un estudio de la gramática.
Todos los filósofos han prestado siempre mucha atención a las ideas vistas como el resultado del pensamiento y de la observación; pero en los tiempos modernos se ha prestado muy poca atención al estudio de las ideas que forman los mismos instrumentos de los cuales proceden el pensamiento y la observación. Sobre la base de la experiencia y del pensamiento consciente las pequeñas ideas pueden fácilmente eliminarse, pero cuando de lo que se trata es de ideas más grandes, más universales o más sutiles no pueden cambiarse tan fácilmente. Aún más, es a menudo difícil ser consciente de ellas, dado que son los instrumentos y no los resultados de nuestro pensamiento, de la misma manera que uno puede ver fuera de sí mismo pero no puede fácilmente ver con lo que se ve, el ojo mismo. Y aún cuando uno ha llegado a ser consciente de ellas, es a menudo imposible juzgarlas sobre la base de la experiencia ordinaria.
Frecuentemente notamos la existencia de ideas más o menos fijas en la mente de otra gente, ideas con las que piensan sin darse cuenta de que lo están haciendo. A estas ideas las llamamos prejuicios, lo que es lógicamente bastante correcto porque se han filtrado simplemente dentro de lamente y no son el resultado de un discernimiento. Pero la palabra prejuicio se aplica generalmente a ideas que son patentemente erróneas y reconocibles como tales para cualquiera excepto para el individuo prejuiciado. Muchas de las ideas con las que pensamos no son de esa clase. Para algunas de ellas, como aquellas incorporadas en las palabras y la gramática, las nociones de la verdad o el error ni siquiera pueden ser aplicadas, otras definitivamente no son prejuicios, sino el resultado de un juicio, otras inclusive son presunciones tácitas o suposiciones que pueden llegar a ser muy difíciles de reconocer.
Digo, por lo tanto, que pensamos con o través de ideas y que lo que llamamos pensamiento es generalmente la aplicación de ideas preexistentes a una situación dada o a una serie de hechos. Cuando pensamos, por ejemplo, acerca de la situación política, aplicamos a esa situación nuestras ideas políticas más o menos sistemáticamente e intentamos hacer que esa situación sea “inteligible” para nosotros mismos por medio de esas ideas. Esto ocurre de la misma manera en cualquier otro campo. Algunas de las ideas son juicios de valor, es decir, que evaluamos la situación a la luz de nuestras ideas-valor.
La manera en que experimentamos e interpretamos el mundo depende mucho de las clase de ideas que llenan nuestras mentes. Si son insignificantes, débiles, superficiales e incoherentes, la vida parecerá insípida, aburrida, penosa caótica. El sentimiento de vacío resultante se hace difícil de sobrellevar y la vacuidad de nuestras mente puede dejarse llevar demasiado fácilmente por algunas nociones fantásticas y grandiosas, políticas o de otro tipo, que de pronto parecen iluminarlo todo y dan sentido y propósito a nuestra existencia. No necesitamos enfatizar que éste es, precisamente, uno de los grandes peligros de nuestra época.
Cuando la gente pide educación lo que ellos normalmente quieren decir es que necesitan algo más que entrenamiento, algo más que el mero conocimiento de los hechos, algo más que mera diversión. Puede ser que no puedan formular con precisión qué es lo que están buscando; sin embargo, pienso que lo que realmente buscan son ideas que le presenten al mundo y a sus propias vidas de una forma inteligible. Cuando una cosa es inteligible se tiene un sentimiento de participación; cuando una cosa no es inteligible se tiene un sentimiento de enajenación. “Bueno, yo no entiendo”, oímos que dice la gente como una protesta impotente frente a la imposibilidad de comprender al mundo tal como es. Si la mente no puede brindarle al mundo una serie, una caja de herramientas de ideas poderosas, todo aparece en forma caótica, como una masa de fenómenos sin relación de sucesos sin significados. Un hombre así es como una persona en una tierra extraña sin ningún signo de civilización sin mapas ni postes de señales ni indicaciones de ninguna naturaleza. Nada tiene ningún significado para él, nada puede sostener su interés vital, carece de los medios que le permitan hacer inteligibles todas las cosas.
Toda filosofía tradicional es un intento de crear un sistema ordenado de ideas con el cual vivir e interpretar el mundo. “La filosofía tal como los griegos la concibieron”, escribe el profesor Kuhn, “es un esfuerzo singular de la mente humana para interpretar los sistemas de signos y de esa manera relacionar al hombre con el mundo como un vasto orden dentro del cual él tiene un lugar asignado. La cultura clásico-cristiana de la baja edad media poseía un sistema de interpretación de signos que era muy completo y asombrosamente coherente, es decir, un sistema de ideas vitales que daban una descripción muy detallada del hombre en el universo. Este sistema, sin embargo, ha sido destruido y el resultado es un estado de aturdimiento y enajenación jamas expresado más dramáticamente que por Kierkegaard a mediados del siglo XIX:

“Uno mete el dedo en el suelo para decir por el olor en qué clase de tierra se encuentra: Yo meto mi dedo en la existencia y no huelo nada. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Cómo vine aquí? ¿Qué es esta cosa llamado mundo ¿Cuál es el significado de este mundo? ¿Quién es el que me ha arrojado dentro de él y ahora me deja aquí?... ¿Cómo vine al mundo? ¿Por qué no fui consultado... sino que fui arrojado a las filas de hombres como si hubiera sido comprado por un secuestrador, a un tratante de almas? ¿Cómo llegué a tener un interés en esta gran empresa que ellos llaman realidad? ¿Por qué debería tener interés por ella? ¿No debería ser in interés voluntario? ¿Y si me empujan a tomar parte de ella, donde está el Director?...¿A dónde iré con la queja?”

Tal vez ni siquiera haya un director. Bertrand Russell dijo que todo el universo es simplemente “el resultado de una combinación accidental de átomos”, y afirmó que las teorías científicas que conducen a esta conclusión, “si bien no están fuera de discusión, son casi tan cierta que ninguna filosofía que las rechace puede permanecer por mucho tiempo... de aquí en adelante la habitación del alma ha de ser construida sobre el sólido fundamento de una firme desesperación”. Sir Fred Hoyle, el astrónomo, habla acerca de “la verdaderamente desesperante situación en que nos encontramos. Aquí estamos, en este fantástico universo, sin ninguna pista que nos conduzca a pensar que nuestra existencia tiene un significado real”.
La enajenación da lugar a la soledad y a la desesperación, al “encuentro con la nada”, al cinismo, a vacíos gestos de desafío, tal como pueden verse en la mayor parte de la filosofía existencialista y de la literatura contemporánea. O bien se transforma, tal como he mencionado antes, en la adopción ardiente de unos principios fanáticos que, mediante una monstruosa simplificación de la realidad, pretenden resolver todas las preguntas. Entonces, ¿cuál es la causa de la enajenación? Jamás la ciencia ha tenido tantos éxitos, jamás el poder del hombre sobre su medio ambiente ha sido más completo ni el progreso más rápido. No puede ser una falta de conocimiento instrumental lo que causa la desesperación no sólo de pensadores religiosos como Kierkegaard, sino también de matemáticos prominentes y científicos como Russell y Hoyle. Nosotros sabemos cómo hacer muchas cosas, ¿pero sabemos qué hacer? Ortega y Gasset lo definió muy brevemente: “No podemos vivir a nivel humano sin ideas. Lo que hacemos depende de ellas. Vivir es ni más ni menos que hacer una cosa en lugar de otra”. ¿Qué es entonces la educación? Es la transmisión de ideas que le permiten al hombre elegir entre una cosa y otra o, para citar a Ortega otra vez, “vivir una vida que es algo que está por encima de la tragedia sin sentido o la desgracia interior”.
¿De qué manera, por ejemplo, el conocimiento de la Segunda Ley de la Termodinámica podría ayudarnos en esto? Lord Snow nos dice que cuando la gente educada deplora el “analfabetismo de los científicos”, él a veces pregunta: “Cuántos de ellos podrían describir la Segunda Ley de la Termodinámica?” La respuesta es usualmente fría y negativa. “No obstante -dice-, estaba preguntando algo que es más o menos el equivalente científico de: ¿Ha leído Vd. la obra de Shakespeare?” Tal afirmación desafía las bases mismas de nuestra civilización. Lo que importa es la caja de herramientas mentales con las que, por las que y a través de las que experimentamos e interpretamos el mundo. La Segunda Ley de la Termodinámica es nada más que una hipótesis de trabajo, apropiada para varios tipos de investigación científica. Por otro lado, un obra de Shakespeare está llena de las ideas más vitales acerca del desarrollo interno del hombre, mostrando la grandeza y la miseria total de la existencia humana. ¿Cómo podrían estas dos cosas ser equivalentes? ¿Qué es lo que pierdo como ser humano, si jamás he leído acerca de la Segunda Ley de la Termodinámica? La respuesta es: nada (1). ¿Y qué es lo que pierdo si no se nada de Shakespeare? A menos que obtenga el conocimiento de otra fuente, pierdo mi vida. ¿Les diremos a nuestros niños que una cosa es tan buena como la otra: un poco de conocimiento de física y un poco de conocimiento de literatura? Si obramos de esta manera los pecados de los padres acompañarán a los hijos hasta la tercera o cuarta generación, porque tal es el tiempo que normalmente tarda una idea desde su nacimiento hasta su completa madurez, cuando llena las mentes de una nueva generación y les hace pensar por ella.
La ciencia no puede producir ideas que nos sirvan para vivir. Aún las grandes ideas de la ciencia no son más que hipótesis de trabajo útiles para los propósitos de estudios especiales, pero de ninguna manera aplicables a la conducción de nuestras vidas o a la interpretación del mundo. Si un hombre busca educación porque se siente enajenado y perdido, porque su vida le parece vacía y sin sentido, no podrá obtener lo que está buscando por el estudio de cualquiera de las ciencias naturales; en otras palabras, por adquirir el “saber cómo”. Ese estudio tiene su propio valor, el cual no deseo disminuir, le comunica al hombre una gran cantidad de información acerca de como funcionan las cosas en la naturaleza o en la ingeniería, pero no le dice absolutamente nada acerca del significado de la vida y de ninguna manera puede curarle de su enajenación e íntima desesperación.
¿A dónde , entonces, deberá dirigirse? Puede ser que, a pesar de todo lo que oye acerca de la revolución científica y de ser la nuestra la era de la ciencia, se vuelva a las llamadas humanidades. Aquí puede encontrar, si es afortunado una gran cantidad de ideas vitales para llenar su mente, ideas con las cuales pensar y a través de las cuales hacer inteligible el mundo, la sociedad y su propia vida. Veamos cuáles son las principales ideas que al hombre le es posible encontrar hoy día. No puedo intentar hacer una lista completa, de modo que me limitaré a la enumeración de seis ideas principales, todas entroncadas con el siglo XIX, que todavía dominan hoy en mi opinión las mentes de las “gentes educadas”.
1. Está la idea de la evolución. Significa que debido a una suerte de proceso natural y automático las formas más bajas de vida dan lugar a un constante desarrollo de formas más elevadas. Esta idea ha sido sistemáticamente aplicada en todos los aspectos de la realidad sin excepción durante los últimos cien años.

2. Está la idea de la competencia, de la selección natural y de la supervivencia del más fuerte, que viene a explicar el proceso natural y automático de la evolución y el desarrollo.

3. Está la idea de que todas las manifestaciones elevadas de la vida humana, tales como la religión, filosofía, arte, etc. (lo que Marx llama “los fantasmas del cerebro del hombre”) no son nada más que “suplementos necesarios del proceso de la vida material”, una superestructura erigida para disfrazar y promover los intereses económicos, siendo toda la historia de la humanidad la historia de la lucha de clases.

4. En competencia, podría pensarse, con la interpretación marxista de las más altas manifestaciones de la vida humana hay, en cuarto lugar, la interpretación freudiana que las reduce a las maquinaciones oscuras de una mente subconsciente y las explica principalmente como los resultados de deseos incestuosos no satisfechos durante la niñez y la temprana adolescencia.

5. Está la idea general del relativismo que niega el absoluto, disuelve todas las normas y patrones y conduce a una indeterminación total de la idea de la verdad sustituyéndola por el pragmatismo. Afecta incluso a las matemáticas, que han sido definidas por Bertrand Russell como “el tema en el cual nunca sabemos de qué estamos hablando o si lo que decimos es verdad”.

6. Finalmente, está la idea triunfante del positivismo, que establece que todo conocimiento puede obtenerse sólo a través de los métodos de las ciencias naturales y, por lo tanto, ningún conocimiento es genuino salvo que esté basado en hechos generalmente observables. El positivismo, en otras palabras, está interesado solamente en el “saber cómo” y niega la posibilidad del conocimiento objetivo acerca de significados y propósitos de cualquier naturaleza.

Nadie, pienso, estará dispuesto a negar el alcance y el poder de estas seis “grandes” ideas. No son el resultado de ningún empirismo estrecho, porque mediante la investigación factual no puede comprobarse ninguna de ellas. Representan un salto tremendo de la imaginación a lo desconocido y a lo imposible de conocer. Por supuesto, el salto se da desde una pequeña plataforma de hechos observados. Esas ideas no podrían haber anidado tan firmemente en la mente de los hombres, como lo han hecho, si no hubiese en ellas elementos importantes de verdad. Sin embargo, su carácter esencial es su pretensión de universalidad. La evolución absorbe todas las cosas dentro de su esfera de acción, no sólo los fenómenos materiales, desde la nebulosa hasta el homo sapiens, sino también todos los fenómenos mentales, tales como la religión y el lenguaje. La competencia, la selección natural y la supervivencia del más fuerte no se presentan como una serie de observaciones entre muchas otras, sino como leyes universales. Marx no dice que algunas partes de la historia son producto de la lucha de clases. No, “el materialismo científico”, no muy científicamente, extiende esta observación parcial a nada menos que la totalidad de “la historia de toda sociedad existente hasta ahora”. Freud, inclusive, no se contenta con exponer un número de observaciones clínicas, sino que ofrece una teoría universal de la motivación humana, asegurando, por ejemplo, que toda religión no es nada más que una neurosis obsesiva. El relativismo y el positivismo, por supuesto, son puramente doctrinas metafísicas, con la distinción peculiar e irónica de negar la validez de toda metafísica, incluyéndose ellas mismas.
¿Qué es lo que estas seis “grandes” ideas tienen en común, aparte de su naturaleza no empírica, metafísica? Todas ellas aseguran que todo lo que se había tomado previamente como algo de un orden superior en realidad “no es nada más que” una ,manifestación más sutil de lo “más bajo” (salvo que se niegue la distinción misma entre lo superior y lo inferior). De esta manera el hombre al igual que el resto del universo, no es nada más que una combinación accidental de átomos. La diferencia entre un hombre y una piedra es poco más que una apariencia engañosa. Los logros culturales más altos de los hombres no son nada más que el fruto de la ambición económica o la expresión de frustraciones sexuales. De cualquier manera no tiene ningún sentido decir que el hombre debería apuntar a lo “más alto” antes que a lo “más bajo”, porque no puede darse ningún significado inteligible a nociones puramente subjetivas tales como “más alto” o “más bajo”, mientras que la palabra “debería” es sólo un signo de megalomanía dictatorial.
Las ideas de los padres en el Siglo XIX han llegado a ser un castigo para la tercera y cuarta generación, que viven en la segunda mitad del siglo XX. Para sus autores, estas ideas eran simplemente el resultado de sus procesos intelectuales. En la tercera y cuarta generación, esas mismas ideas se han convertido en herramientas e instrumentos a través de los cuales el mundo se experimenta e interpreta. Los que aportaron nuevas ideas muy raramente son gobernados por ellas. Pero sus ideas obtienen poder sobre las vidas de los hombres en la tercera y en la cuarta generación cuando se han convertido en una parte de la gran masa de ideas, incluyendo el lenguaje, que penetran dentro de la mente de una persona durante su época de “oscurantismo”.
Estas ideas del siglo XX están firmemente arraigadas en las mentes de prácticamente todo el mundo occidental de hoy, sena personas educadas o no. En las mentes sin educación todavía son más confusas y nebulosas, demasiado débiles para hacer el mundo inteligible. Se explica entonces ese deseo por la educación, es decir, por algo que nos conduzca fuera de este bosque oscuro de nuestra ignorancia hacia la luz de la comprensión.
Ya he dicho que una educación meramente científica no puede hacer esto porque trata sólo con ideas instrumentales, mientras que lo que necesitamos es la comprensión del porqué las cosas son como son y qué es lo que tenemos que hacer con nuestras vidas. Lo que aprendemos al estudiar una ciencia particular es de cualquier manera demasiado concreto y especializado en relación a nuestros propósitos más amplios. Por esto volvemos a las humanidades para obtener una visión más clara de las ideas grandes y vitales de nuestra época. Aún en la humanidades podemos empantanarnos en una maraña de academicismos especializados que llenen nuestras mentes con una multitud de pequeñas ideas que son tan inapropiadas como las ideas que podemos recoger en las ciencias naturales. Pero también podríamos ser más afortunados (si eso es ser afortunados) y encontrar un maestro que “aclarara nuestras mentes”, que clarificara las ideas (las “grandes” y universales que ya existen en nuestra mentes) y de esta manera hiciera que el mundo fuese algo inteligible para nosotros.
Tal proceso merecería ciertamente ser llamado “educación”. ¿Y qué es lo que obtenemos de este proceso en la actualidad? La visión de un mundo desolado en el que no hay sentido ni finalidad, en el que la conciencia del hombre es sólo un accidente cósmico desafortunado, en el que la angustia y la desesperación son las únicas realidades últimas. Si por medio de una educación real el hombre es capaz de escalar a lo que Ortega llama “La Altura de Nuestro Tiempo” o “La Altura de las Ideas de Nuestro Tiempo”, se encuentra sí mismo en el abismo de la nada. Puede entonces llegar a sentir lo que sintió Byron:
Triste es el conocimiento; aquellos que saben más
Más deben lamentarse de la verdad fatal,
Que el Árbol del Conocimiento no es el de la Vida (**)
En otras palabras, aunque una educación humanística nos levante al nivel de las ideas de nuestro tiempo, no puede “traernos la felicidad” porque lo que los hombres están legítimamente buscando es una vida más abundante, no más tristeza.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo es posible que tal cosa suceda?
Las ideas predominantes del siglo XIX, que pretendían deshacerse de la metafísica, son en sí misma un tipo de metafísica mala, viciosa, destructora de la vida. Nosotros las estamos sufriendo como si fuesen una enfermedad fatal. No es verdad que el conocimiento sea triste. Pero los errores envenenados acarrean ilimitada tristeza en la tercera y en la cuarta generación. Los errores no están en la ciencia, sino en la filosofía que se nos propone en nombre de la ciencia. Tal como Etiene Gilson lo expresara hace más de veinte años:

“Tal desarrollo de ninguna manera fue posible evitarlo, pero el crecimiento progresivo de la ciencia natural lo ha hecho cada vez más posible. El interés creciente de los hombres por los resultados prácticos de la ciencia fue a la vez natural y legítimo en sí mismo, pero les ayudó a olvidar que la ciencia es conocimiento y que los resultados prácticos son sus productos... ante su inesperado éxito de encontrar aplicaciones concluyentes acerca del mundo material, los hombres habían comenzado a despreciar todas aquellas disciplinas en las cuales tales demostraciones no se podían encontrar o bien procedían a reconstruirlas siguiendo el modelo de las ciencias físicas. Como consecuencia, la ética y la metafísica tuvieron que ser ignoradas o, por lo menos, reemplazadas por las nuevas ciencias positivas; en cualquier caso había que eliminarlas. Fue éste un movimiento muy peligroso que ha conducido a la arriesgada situación en que hoy se encuentra la cultura occidental”.

No es ni siquiera verdad que la ética y la metafísica fuesen eliminadas. Por el contrario, todo lo que llegamos a tener fue una mala metafísica y una ética deprimente.
Los historiadores saben que los errores metafísicos pueden llevar a la muerte. R. G. Collinwood escribió:

“El diagnóstico de la Patrística sobre la decadencia de la civilización greco-romana atribuye tal evento a una enfermedad metafísica... No fueron los ataques bárbaros los que destruyeron el mundo greco-romano... La causa fue metafísica. El mundo “pagano” no estaba manteniendo vivas sus convicciones fundamentales , decían (los escritores patrísticos), debido a defectos en el análisis metafísico, porque la naturaleza misma de esas convicciones se estaba haciendo confusa.. si la metafísica hubiera sido un mero lujo del intelecto, esto no hubiera importado.”

Este pasaje se puede aplicar sin ningún cambio a la civilización de hoy. Nosotros estamos confundidos en lo que respecta a la naturaleza de nuestras convicciones. Las grandes ideas del siglo XIX pueden llenar nuestras mentes de una u otra manera, pero nuestros corazones no creen en ellas de todas formas. La mente y el corazón están en guerra el uno con el otro y no, como se asegura comúnmente, la razón y la fe. Nuestra mente se ha visto obnubilada por una fe extraordinaria, ciega e irrazonable en una serie de ideas fantásticas y destructoras de la vida, heredadas del siglo XIX. La tarea más importante de nuestra razón es recobrar una fe más veraz que esa.
La educación no nos puede ayudar, en tanto en cuanto no le otorgue ningún lugar a la metafísica. Ya sean temas científicos o humanísticos, si la enseñanza no conduce a una clarificación de la metafísica, es decir, de nuestras convicciones fundamentales, no puede educar al hombre y, consecuentemente, no puede tener un valor real para la sociedad.
A menudo se asegura que la educación se está destruyendo debido a un exceso de especialización. Pero éste no es sino un diagnóstico parcial y equivocado. La especialización no es en sí misma un principio defectuoso de la educación. ¿Cuál sería la alternativa, tal vez una afición al conocimiento superficial de todos los temas? ¿O un extenso estudio general en el cual los hombres se vean obligados a dedicar un tiempo a olfatear temas en los cuales no tienen el menor interés, mientras deben manejarse alejados de aquello que desean aprender? Esta no puede ser la respuesta correcta, ya que sólo llevaría a un tipo de hombre intelectual como el criticado por el cardenal Newman: “Un intelectual como el mundo lo concibe hoy..., está lleno de “opiniones” sobre todos los temas de la filosofía, sobre todos los asuntos del día”, Tal “ubicuidad de opinión” es más bien un signo de ignorancia que de conocimiento. “¿Habré de enseñarte el significado del conocimiento? Decía Confucio. “Cuando sabes una cosa el reconocer que la sabes y cuando no la sabes el saber que no la sabes; esto es el conocimiento”.
El fallo entonces no radica en la especialización, sino en la ausencia de profundidad con la que los temas son tratados corrientemente y en la ausencia de un conocimiento metafísico. Las ciencias se enseñan sin un conocimiento de sus presupuestos, de la importancia y significación de las leyes científicas y del lugar que ocupan las ciencias naturales dentro del cosmos total del pensamiento humano. El resultado es que los presupuestos de la ciencia son normalmente confundidos con sus hallazgos. La economía se enseña sin prestar atención al concepto de la naturaleza humana que subyace en la teoría económica actual. En realidad, los mismos economistas parecen ignorar el hecho de que tal punto de vista está implícito en su enseñanza y que casi todas sus teorías deberían ser cambiadas si tal concepto lo hiciese. ¿Cómo podría haber una enseñanza racional de la política sin una vuelta a las raíces metafísicas de los problemas? El pensamiento político ha de transformarse invariablemente en algo confuso y terminará en una verborrea sin sentido si se continúa ignorando e inclusive rechazando un estudio serio de los problemas metafísicos y éticos que contiene. La confusión es tan grande que autoriza a dudar del valor educacional del estudio de muchos de los llamados temas humanísticos. Digo “llamados” porque un tema que no presenta en forma explícita el punto de vista de la naturaleza humana muy difícilmente puede llamarse humanístico.
Todos los temas, no importa lo especializados que sean, están conectados con un centro, son un rayo emanado de un sol. El centros está constituido por nuestras convicciones más básicas, por esas ideas que realmente no empujan hacia adelante. En otras palabras, el centro consiste en la ética y la metafísica, en ideas que (nos guste o no) trascienden el mundo de los hechos y no pueden ser comprobadas o rechazadas por un método científico ordinario. Pero esto no significa que sean puramente “subjetivas”, “relativas” o simples convicciones arbitrarias. Deben ser genuinamente reales, a pesar de que trascienden el mundo de los hechos (una aparente paradoja para nuestros pensadores positivistas). Si no son genuinamente reales, la adhesión a tal tipo de ideas inevitablemente conducirá al desastre.
La educación nos puede ayudar si produce “hombres completos”. El hombre verdaderamente educado no es aquel que sabe un poco de cada cosa, ni aún el hombre que sabe todos los detalles de todos los temas (si tal cosa fuera posible). El “hombre completo”, en realidad, puede tener muy poco conocimiento de los hechos y las teorías , puede tener la Enciclopedia Británica porque “ella sabe y él no necesita saber”, pero estará en contacto real con el centro. No dudará con respecto a sus convicciones básicas ni a sus puntos de vista sobre el significado y propósito de la vida. Puede no estas en condiciones e explicar estos temas en palabras, pero la conducta de su vida mostrará un cierto toque de seguridad que emerge de su claridad interior.
Voy a tratar de explicar un poco más cuál es el significado de “centro”. Toda actividad humana es un esforzarse por obtener aquello que se piensa que es bueno. Esto no es más que una tautología, pero nos ayuda a formularnos la pregunta correcta: “¿Bueno para quién?” Bueno para la persona que se esfuerza. Así que, a menos que tal persona haya solucionado y coordinado sus múltiples urgencias, impulsos y deseos, es muy fácil que sus esfuerzos sean equivocados, contradictorias, derrotistas, y posiblemente altamente destructivos. El “centro”, obviamente, es el lugar donde tiene que crear para si mismo un sistema ordenado de ideas acerca de sí mismo y del mundo, que pueda regular la dirección de sus variados esfuerzos. Si no ha pensado en esto para nada (porque siempre está ocupado con cosas más importantes, o porque le enorgullece pensar “humildemente” de sí mismo que es sólo un agnóstico), el centro de ninguna manera estará vacío; estará lleno de todas esas ideas vitales que, de algún manera, han sido absorbidas por su mente durante su época de oscurantismo. He tratado de mostrar lo que estas ideas conllevan hoy día, una negación total del propósito y significado de la existencia humana sobre la tierra que conduce a la persona que cree en ellas a una total desesperación. Afortunadamente, como ya he dicho, el corazón a menudo es más inteligente que la mente y rehusa aceptar estas ideas en su peso total. De modo que el hombre se salva de la desesperación para caer en la confusión. Sus convicciones fundamentales están confundidas; por lo tanto, sus acciones también lo están y son inciertas. Si se diera lugar a que la luz de su conciencia iluminase el centro y afrontase la cuestión de sus convicciones fundamentales, podría crear entonces orden donde hay desorden. Esto lo “educaría”, en el sentido de que lo conduciría fuera de la oscuridad de su confusión metafísica.
Yo no pienso, sin embargo, que esto pueda ser hecho con éxito salvo que el hombre, conscientemente, acepte (aunque sólo sea provisionalmente) un número de ideas metafísicas que son casi directamente lo opuesto a las ideas que proviniendo del siglo XIX se han adueñado de su mente. Mencionaré tres ejemplos.
Mientras que las ideas del siglo XIX niegan o destruyen la jerarquía de niveles en el universo, la noción de un orden jerárquico es un instrumento indispensable del entendimiento. Sin el reconocimiento de “los niveles del ser” o “los grados de significación” no sólo no podemos hacer el mundo inteligible, sino que no tenemos la menor posibilidad de definir nuestra posición, la posición del hombre en el esquema del universo. Sólo cuando podemos ver el mundo como una escalera y cuando podemos ver la posición del hombre sobre esa escalera podemos admitir que haya un significado para la vida del hombre sobre la tierra. Puede que sea la tarea del hombre (o simplemente, si así lo preferimos, la felicidad del hombre) el obtener un mayor grado de realización de sus potencialidades, un más alto nivel de ser o “grado de significación” que el que obtiene “naturalmente”, pero ni siquiera podemos estudiar esta posibilidad si no aceptamos antes la existencia de una estructura jerárquica. En la medida en que nosotros interpretamos el mundo a través de las ideas grandes y vitales del siglo XIX, estamos ciegos a esas diferencias de nivel, porque nos hemos cegado.
Sin embargo, tan pronto como aceptamos la existencia de los “niveles del ser” podemos rápidamente comprender, por ejemplo, por qué los métodos de la ciencia física no pueden ser aplicados al estudio de la política o al de la economía o por qué los resultados e la física (como Einstein reconocía) no tienen implicaciones filosóficas.
Si aceptamos la división aristotélica de la metafísica en Ontología y Epistemología, la proposición de que hay niveles del ser es una proposición ontológica. Yo ahora añado una posposición epistemológica: la naturaleza de nuestro pensamiento es tal que no podemos evitar el pensar en términos de contrarios.
Es fácil de advertir que a lo largo de nuestra vida nos hemos enfrentado a la tarea de reconciliar contrarios que, en pensamiento lógico, no pueden ser reconciliados. Los problemas típicos de la vida no tienen solución en el nivel del ser en el cual nos encontramos normalmente. ¿Cómo podemos reconciliar las exigencias de libertad y de disciplina en la educación? Innumerables madres y maestros, en realidad, lo hacen, pero ninguno puede escribir una solución. Ellos lo logran introduciendo en la situación una fuerza que pertenece a un más alto nivel que trasciende a los opuestos: el poder del amor.
G. N. M. Tyrell emplea los términos “divergentes” y “convergentes” para distinguir los problemas que no pueden ser resueltos por el razonamiento lógico, en contraposición con aquellos que pueden serlo. La vida sigue adelante por los problemas divergentes que tienen que ser “vívidos” y se solucionan sólo con la muerte. Los problemas convergentes, por otro lado, son los inventos más útiles del hombre; como tales no existen en la realidad, sino que se crean en un proceso de abstracción. Cuando se resuelven la solución se puede escribir y transmitir a otros que la podrán aplicar sin necesidad de reproducir el esfuerzo mental necesario para descubrirla. Si éste fuera el caso de las relaciones humanas (de la vida familiar, de la economía, la política, la educación, etc.), bueno, no sé cómo terminar la frase. No cabría ninguna relación humana, todas serían reacciones mecánicas y la vida sería una muerte viviente. Los problemas divergentes compelen al hombre a esforzarse hasta un nivel por encima de sí mismo, demandan fuerza que provienen de un nivel más alto y, al mismo tiempo, hacen posible su existencia trayendo amor, belleza, bondad y verdad dentro de nuestras vidas. Es sólo con la ayuda de estas fuerzas más elevadas como los contrarios pueden ser reconciliados en una situación vital.
Las ciencias físicas y matemáticas se ocupan exclusivamente de problemas convergentes. Esa es la razón por la que pueden progresar acumulativamente y cada nueva generación puede comenzar justo donde sus predecesores terminaron. El precio, sin embargo es muy elevado. Tratar exclusivamente con problemas convergentes no conduce a la vida, sino, por el contrario, aleja de ella.

“Hasta los treinta años, e incluso después -escribe Charles Darwin en su
autobiografía-, muchas clases de poesía... me proporcionaron un gran placer y
cuando era escolar me gustaba mucho Shakespeare, especialmente las obras
históricas. También he dicho que en el pasado la pintura y la música me han dado
un considerable placer. Pero desde hace muchos años no he podido leer una línea
de poesía. He tratado inútilmente de leer a Shakespeare y lo he encontrado tan
intolerablemente aburrido que me ha dado náuseas. También he perdido casi por
completo el gusto por el arte y la música... Mi mente parece haberse convertido
en una especie de máquina para deducir leyes generales en base a grandes
colecciones de datos, pero no puede concebir por qué esto ha causado la atrofia
de esa parte de mi cerebro de la cual dependen las sensaciones más elevadas... La
pérdida de ellas es una pérdida de felicidad y muy posiblemente pueda ser
perjudicial para el intelecto y más probablemente aún para el carácter moral,
debido a un debilitamiento de la parte emocional de nuestra naturaleza” (2)

Este empobrecimiento, tan vívidamente descrito por Darwin, ha de aplastar a toda nuestra civilización si permitimos que las tendencias continúen con lo que Gilson llama “la extensión de la ciencia positiva sobre los hechos sociales”. Todos los problemas divergentes pueden transformarse en problemas convergentes por un proceso de “reducción”. El resultado, sin embargo, es la pérdida de toda fuerza superior que ennoblece la vida humana y la degradación no sólo de la parte emocional de nuestra naturaleza, sino también como Darwin percibió, de nuestro carácter intelectual y moral. Esos signos son visibles hoy en todas partes.
Los verdaderos problemas de la vida, sea en la política, la economía, la educación, el matrimonio, etc., son siempre problemas de superar o reconciliar contrarios. Todos ellos son problemas divergentes y no tienen en el sentido ordinario de este término. Exigen del hombre no sólo el empleo de sus poderes de raciocinio sino el compromiso de toda su personalidad. Naturalmente, las soluciones espúreas son las que siempre se proponen disfrazadas de fórmula mágica, pero no duran mucho tiempo porque invariablemente descuidan uno de los contrarios y así pierden la verdadera calidad de la vida humana. En economía, la solución ofrecida puede dar libertad pero no planificación o viceversa. En la organización industrial puede dar disciplina pero no participación de los trabajadores en la conducción empresarial o viceversa. En política puede dar un liderazgo sin democracia o, al contrario, una democracia sin liderazgo.
Tener que tratar con problemas divergentes tiende a ser un trabajo extenuante, preocupante y desgastador. Por eso la gente trata de evitarlos y huye de ellos. Un ejecutivo que ha estado tratando con problemas divergentes todo el día tendrá que leer una historia de detectives o resolver un crucigrama en su viaje de vuelta a casa. Ha estado usando su cerebro todo el día, ¿por qué lo sigue usando entonces? La respuesta es que la historia de detectives y el crucigrama presentan problemas convergentes que le hacen descansar. Lo que quiere es un poco de trabajo mental, inclusive difícil, pero de ninguna manera quiere el extenuante desafío que es la característica específica de un problema divergente, un problema en el que los opuestos irreconciliables tienen que ser reconciliados. Son solamente éstos los que en realidad hacen la vida.
Finalmente, he de considerar una tercera clase de nociones que pertenecen realmente al reino de la metafísica, pero que son consideradas generalmente por separado; me refiero a la ética.
Las ideas más potentes del siglo XIX, como hemos visto, han negado o al menos oscurecido enteramente el concepto de “niveles del ser” y la idea de que algunas cosas son más altas que otras. Esto, por supuesto, ha significado la destrucción de la ética que está basada en la distinción del bien y el mal, proponiendo que el bien es más elevado que el mal. Otra vez los pecados de los padres recaen sobre la tercera o cuarta generación, que ahora se encuentra creciendo sin instrucción moral de ningún tipo. Los hombres que concibieron la idea de que “la moralidad es una tontería” lo hicieron con una mente llena de ideas morales. Pero las mentes de la tercera o cuarta generación ya no están equipadas con tales ideas, lo están con ideas concebidas en el siglo XIX, es decir, que “la moralidad es una tontería”, que todo lo que parece “más elevado” no es nada más que algo vulgar y mezquino.
La confusión resultante es indescriptible. ¿Qué es el Leitbild, como dicen lo alemanes, la imagen que guía, de acuerdo con la cual la gente joven puede tratar de formarse y educarse? No hay ninguna, o mejor, hay tal confusión y mezcla de imágenes que ninguna guía puede emerger de ellas. Los intelectuales, cuya función sería la de solucionar estas cosas, dedican todo su tiempo a proclamar que todo es relativo, o tratan asuntos éticos en términos del más desvergonzado cinismo.
Daré un ejemplo al que ya he hecho alusión anteriormente. Es significativo porque proviene de uno de los hombres más influyente de nuestro tiempo, el extinto Lord Keynes. “Por lo menos por otros cien años”, escribió, “debemos aparentar con nosotros y con los demás que lo bello es sucio y lo sucio bello, porque lo sucio es útil y lo bello no lo es. La avaricia, la usura y la previsión deben ser nuestros dioses por un poco más de tiempo todavía.”
Cuando hombres brillantes hablan de esta manera no podemos sorprendernos si se genera una cierta confusión entre lo bello y lo sucio, lo cual conduce a frases ambiguas mientras la cosas están tranquilas y al crimen cuando cobran un poco más de vida. Que la avaricia, la usura y la previsión (seguridad económica) deben ser nuestros dioses fue una brillante idea de Keynes; él seguramente habrá tenido dioses más nobles. Pero las ideas son las cosas más poderosas en la tierra y no es una exageración decir que los dioses que él recomendó están ocupando sus tronos en nuestra época.
En las cuestiones éticas, como en muchos otros campos, hemos abandonado nuestra gran herencia clásico-cristiana y lo hemos hecho voluntariamente. Inclusive hemos degradado las palabras imprescindibles para el desarrollo de la ética, palabras tales como virtud, amor y templanza. En consecuencia, somos totalmente ignorantes, sin ninguna educación en un tema que, entre todos los temas concebibles, es el más importante. No tenemos ideas con las que pensar y, por lo tanto, estamos dispuestos a creer que la ética es un campo donde el pensamiento no hace ningún bien. ¿Quién sabe en el día de hoy algo acerca de los Siete Pecados Capitales o de las Cuatro Virtudes Cardinales? ¿Quién podría inclusive nombrarlos? ¿Y si estas viejas ideas venerables son consideradas como inmerecedoras de nuestra atención, qué nuevas ideas han tomado su lugar?
¿Qué es lo que ha de tomar el lugar de la metafísica destructora del alma y de la vida que hemos heredado del siglo XIX? La tarea de nuestra generación, no tengo ninguna duda, es la de una reconstrucción metafísica. No es nada parecido a tener que inventar algo nuevo ni tampoco consiste en acudir a las formulaciones de antaño. Nuestra tarea, y la tarea de toda la educación, es comprender el mundo presente, el mundo en el cual vivimos y tomamos nuestras decisiones.
Los problemas de la educación son meros reflejos de los problemas más profundos de nuestra época. Esos problemas no pueden resolverlos la organización, la administración o la inversión de dinero, a pesar de que no negamos la importancia de todas estas cosas. Estamos sufriendo de una enfermedad metafísica y la cura debe ser por lo tanto metafísica. Una educación que no consiga clarificar nuestras convicciones centrales es meramente un entrenamiento o un juego. Porque son nuestras convicciones centrales las que están en desorden y mientras la presente actitud antimetafísica persista, tal desorden irá de mal en peor. La educación lejos de ser el más grande recurso del hombre, será un agente de destrucción, de acuerdo con el principio corruptio optimi pessima.